(Trescribo, como davezu, los primeros párrafos)
Despoblación, envejecimiento y natalidad
Un grave problema al que se enfrenta el mundo occidental
Xuan Xosé Sánchez Vicente 08.07.2018 | 00:34
El mundo occidental se enfrenta a un grave problema en relación con la población: la disminución general del número de nacimientos, el incremento progresivo de la esperanza de vida. De forma adyacente, se suma a esa problemática el despoblamiento de grandes áreas y la concentración de la población en las ciudades o en su entorno (en 1900, el 5% de la población del mundo vivía en ciudades de más de 100.000 habitantes; hoy, cerca del 50%).
La disminución del número de nacimientos ha venido posibilitada y, al tiempo empujada, por dos conjuntos de factores. El primero, el del control de la natalidad que ha permitido concebir sólo los hijos deseados o impedir tener aquellos que no se desean. El segundo, la incorporación de la mujer al trabajo, pero, sobre todo, el entendimiento de una gran parte de la población femenina de que el trabajo va más allá de un modo de ganar dinero y que forma parte de la constitución de su personalidad y su proyecto vital, y de que, al tiempo, garantiza su independencia frente al varón, ya sea este marido o compañero.
Las causas de la progresiva elongación de la vida son de sobra conocidas: la higiene y la buena alimentación, la sanidad pública y los cuidados médicos, la disminución de los riesgos en la vida diaria y en el trabajo.
Todo ello ha llegado a producir un estado de cosas muy favorable para los individuos actualmente vivos, pero que pone en peligro el porvenir, por los costos de la sanidad y de las pensiones de los mayores; por la escasez de reemplazos para los puestos de trabajo en el futuro y las dificultades para subvenir a los gastos del bienestar colectivo. Ni que decir tiene que Asturies se encuentra a la cabeza de las regiones de Occidente con un porvenir más amenazado: con menos nacimientos, con una población muy envejecida.
Además, las regiones en que su economía es poco dinámica, los salarios altos escasos y el empleo limitado ven cómo los jóvenes, en especial los muy bien preparados, emigran a otras partes de España o del mundo. En Asturies destacamos también en esto.
Desde hace tiempo determinadas comunidades, Asturies, Castilla-León, Galicia, Aragón, Portugal, solas a veces, en alianza otras, trazan planes, recaban fondos del Estado y de la UE para frenar el drama demográfico que forman el par de la baja natalidad y el envejecimiento, al tiempo que pretenden combatir la despoblación.
Dejemos bien claro, ante todo, que el descenso de la natalidad no es un problema exclusivamente asturiano ni europeo, es un problema casi mundial: la tasa del número de hijos por mujer, por ejemplo, arroja en la actualidad niveles muy parecidos en países como China, Japón o Alemania. Tampoco tiene que ver con las crisis económicas o los períodos de bonanza: avanza desde hace décadas sin verse condicionado o estimulado por la coyuntura.
Para favorecer los nacimientos -el polo del problema que parece más abordable- se proponen medidas de conciliación laboral, bonificaciones económicas, estímulos fiscales. En general, esas medidas son apenas efectivas. Sirven, sí, para aliviar o mejorar la situación de quienes han decidido tener hijos, pero no para que quienes no los tienen o tienen pocos se animen a tenerlos, a tener más o a tenerlos antes.
Como la tendencia a despoblar el campo en favor de las ciudades, la tendencia -mundial, repetimos- a tener pocos hijos es fundamentalmente una profunda corriente de mentalidades. Tiene que ver con la autonomía de la mujer, pero también con las expectativas y compromisos que con la vida y para la vida tienen los seres humanos, tanto los hombres como las mujeres.
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