RENOVAR LA FE (LNE, 22/07/2017)
Sé
que no tiene mérito el decirlo ahora, pero mi impresión fue siempre la de que
Pablo Casado iba a resultar el ganador. ¿Las razones? Las que he confirmado en
la calle, en el lugar en que me encuentro, atreviéndome a preguntar a algunas
personas desconocidas cuyas manifestaciones jubilares ante el éxito de don
Pablo me dieron pie para ello: “es joven”, “no tiene nada que ver con lo
anterior”, “hay que cambiar”.
Digamos
que es posible que los motivos que hayan dirigido el voto mayoritario de los
compromisarios del PP en su congreso sean, precisamente, los mismos que guiaban
las expectativas y deseos de los votantes del PP, no exactamente los de quienes
se manifestaron con sus sufragios en las primera vuelta de las primarias: el
deseo de cambio, un deseo de cambio que puede tener muchas excusas o aparentes
razones: rechazar la corrupción, el enfado por la gestión en Cataluña, las
promesas incumplidas de rebajas de impuestos, etc., pero que responde a una emoción tan profunda
como inconsciente de los votantes del PP y de una gran parte de la sociedad
española: lo viejo se ha agotado, ha pasado de moda, se ve como algo rancio y
obsoleto que hay que apartar…, conceptuúenlo como quieran. El caso es que hay
que barrer lo viejo, bueno o malo, es igual, y abrir las puertas a lo nuevo. Ha
sido así para Podemos, lo ha sido en el PSOE con Pedro Sánchez, lo es ahora con
Casado.
No importa tampoco que se haya identificado al
candidato del PP con Aznar o que se lo haya tildado de situarse más a la
derecha que doña Soraya (por cierto, flaco favor le ha hecho el ex Zapatero a ésta
al manifestar sus preferencias por ella en vez de por Casado, si hubiese estado
“comprado” por él no habría favorecido más sus intereses); ni siquiera su
desaliñada sombra de bigote ha pesado en su contra. Han contado a su favor, es
cierto, su dispuesta sonrisa, su mirada directa a la cámara, su facilidad
comunicativa y la rotundidad de su mensaje, con menos matices que el de Soraya
y con menos referencias al pasado. Pero nada de todo esto hubiera valido de
algo si no hubiese existido esa general predisposición social previa de dar por
periclitado el pasado y entender que ha llegado la hora de lo nuevo.
Lo que, además, para militantes y
votantes del PP —tanto de los que han
seguido fieles como de los que se han ido a otros partidos— es el pretexto
perfecto para renovar su fe o volver a ella, sin sentirse comprometidos con un
pasado del que ellos mismos han sido cocausantes, en lo bueno y en lo malo, en
la medida que lo han aplaudido, votado o no censurado en aquello en que acaso
disentían. Para esa catarsis, la candidatura perdedora ha sido el chivo
expiatorio; el congreso, su Jordán.
Por cierto, y como siempre, el PP
asturiano, con doña Mercedes a la cabeza, se ha quedado en la orilla de lo
rancio y de lo que ha perdido pie en el presente social. Y es que su apoyo a doña
Soraya constituía un claro presagio del
resultado final.
¡Pobre doña Soraya, que nunca
sabrá quién contribuyó a hundir más su barco, si el aplauso de Zapatero o el
entusiasmo de doña Mercedes y los suyos!
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