¡PONGAN ORDEN EN ESA PATRIA!

Los seres humanos nos sostenemos emocionalmente sobre una serie de patrias. Una patria es una realidad objetiva que representa para un grupo humano un anclaje vivencial y emocional de una enorme intensidad, hasta el punto de que constituye, a veces, un absoluto. Las patrias dan sentido a la vida de muchos humanos y los hacen, al mismo tiempo, percibirse como parte de un grupo con el que tienen una comunión de sentimiento. Existen muchos tipos de patrias, que, generalmente, conviven con otras: la religión, el territorio, el partido político, la lengua —en ciertas ocasiones—, la familia… Una característica común a muchas de esas patrias es que se conforman como una polaridad antitética: la patria propia (investida de todos los valores positivos) implica la de los rivales o enemigos, antítesis de la nuestra y plagada de valores negativos. Cuando una patria es bipolar —lo son habitualmente casi todas—, la personalidad de los individuos que se sienten miembros de esa patria está definida tanto por la adhesión a la suya como por la repulsión hacia la del enemigo.

El anclaje psíquico en esas realidades objetivo-emocionales es tan profundo, en la mayoría de los casos, que puede llevar a inmolarse o a exponer la vida sin ninguna reserva a los sujetos que las tienen por propias y, en cualquier caso, la puesta en cuestión de las mismas hace que esos sujetos perciban tambalearse su mundo y se sientan profundamente inseguros, lo que los lleva muchas veces a la violencia, como respuesta defensiva de autoafirmación.

Una de esas patrias es, en lo moderno, el fútbol. De ahí que levante las pasiones que levanta o que en su entorno se toleren tantas irregularidades, pues los responsables del Estado no desean desilusionar o excitar a los habitantes de esos territorios de pasión. Piénsese, por ejemplo, en cómo hubo de pasarse de una liga de 16 competidores a la actual de 18, cuando, tras haber hecho descender a segunda división al Sevilla y al Celta por incumplir la legislación, hubo de darse marcha atrás y reacomodar a ambos equipos en una nueva liga, pues sus puestos ya habían sido cubiertos en la anterior competición de 16.

Y, sin embargo, la situación hodierna del fútbol español es tan sangrantemente escandalosa que ya va siendo hora de que se haga una profunda limpieza, es decir, una simple exigencia del cumplimiento de la ley.

Saben ustedes que esta temporada ha comenzado con dos conflictos que constituyen, en realidad, la manifestación de una honda podredumbre. El primero, la huelga de futbolistas para intentar que, puesto que hay muchos clubes que no pagan a sus contratados, fuese el conjunto de los clubes el que concurriese a saldar los impagos. El segundo es la reyerta entre las propias instituciones deportivas para repartir los dineros provenientes de los derechos televisivos, cuya parte más pingüe va al Madrid y al Barcelona, en detrimento de las demás. Un tercero, aún, deriva de este, el que se produce con las emisoras de radio por intentar cobrarles un canon por retransmitir los partidos.

Pero ello, a fin de cuentas, son cuestiones atingentes mayoritariamente a los clubes y a sus empleados. Hay otras, mucho más graves, que afectan al dinero y a la moralidad pública. La principal, que los equipos deben a la Agencia Tributaria 694 millones y más de 5 millones a la Seguridad Social. Además, en el pasado, hubo diversas aportaciones de dinero público para sanear las cuentas de los equipos, lo que no ha servido para nada: nada menos que veintiún clubes de las categorías superiores se encuentran actualmente en situación de proceso concursal (de «quiebra», en realidad) o han pasado por ella, y eso sin contar sus deudas a los bancos o las anomalías en sus auditorías.

¿Por qué se tolera todo ello? Sin duda, por el carácter de «patria» que tiene el fútbol para muchos ciudadanos, por las pasiones que arrastra, por tanto; lo que provoca el que los partidos políticos no quieran poner orden en ese escandaloso desbarajuste.

Pero, aparte del menoscabo que se hace al erario y a la economía en general, hay también un enorme daño moral a la sociedad. ¿Cómo puede permitirse que, con cinco millones de parados y la gran cantidad de sufrimientos individuales por que estamos pasando, se sufra el gasto desmedido de los equipos, los impagos y los incumplimientos, las deudas al tesoro público? ¿Es de recibo que se permita seguir funcionando a las empresas balompédicas morosas con el Estado cuando a los particulares y a los negocios se les exige de inmediato el pago de las deudas, y, a no hacerlo, se cierran o se encarcela a los responsables? ¿Cómo es posible que no se exijan responsabilidades penales a los dirigentes de los clubes?

Esa doble vara de medir es sencillamente inadmisible y constituye el síntoma de una profunda corrupción social, sobre todo, cuando el ciudadano común, tan propenso a criticar la política y los políticos por el más mínimo desliz —y aun simplemente por su mera dedicación a la res publica, sin que hayan cometido yerro o falta alguna—, pasa por alto estas conductas viciosas, las ve con simpatía y, en cualquier caso, las conlleva sin asomo de irritación.

A Abrilgüeyu, mi trasgu particular, y a mí, nos gustaría ver que algún partido político tiene la sensibilidad, la honradez y la valentía de llevar en su programa electoral la propuesta de un afilado bisturí y de un cauterio al rojo vivo para sanar esta gangrena del cuerpo social. Porque, como muchos afirman, la crisis no es sólo un problema económico, sino también de valores.

¿Creen ustedes que lo verán? Y, de verlo, ¿alguien lo agradecerá y retribuirá con su voto?

Abrilgüeyu y yo quedamos a la espera.

PS. A punto ya de darle al «intro» para enviar el artículo se me vuelve a aparecer Abrilgüeyu:

—Sé que estas dudando si contar que Foro incumplió ya la más importante de sus promesas, la de bajar los impuestos. No lo digas: a fin de cuentas, como decía Mitterrand, las promesas electorales sólo comprometen a quienes creen en ellas.

Le hago caso. No lo digo.

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