Durante este año pasado se ha celebrado el ducentésimo aniversario de la muerte de B.M.G.M. de Xovellanos y Ramírez. Durante el mismo se ha hablado con abundancia de muchas de sus empresas, alabado su dignidad y voluntad de progreso, ensalzado su patriotismo españolista. Incluso, se ha loado su patriotismo asturiano y xixonés del carácter que pudiéramos denominar gonzález-moriano, esto es, el empleado en la obra pública («Aquel señor / tan facedor de caminos / que per toes partes pasen / un carru y dos armentíos», que escribía su hermana); pero se ha silenciado o apenas sugerido su patriotismo asturianista de tipo cultural (su justa propuesta de que se denomine «arte asturiano» al prerrománico, por ejemplo, sigue sin tener recepción), especialmente el lingüístico. Y es sobre este sobre el que hoy quiero mostrar algunos datos.
A partir de su regreso forzado a Asturies en 1790, Xovellanos se dedica, entre otras muchas cosas, a un (re)descubrimiento voraz de la realidad cultural de su tierra. Explora archivos, visita monumentos, realiza reflexiones y conjeturas de tipo histórico, pone en marcha proyectos culturales. Uno al que vuelve una y otra vez a lo largo de, al menos, tres lustros, es el del estudio del asturianu, de la llingua asturiana, que, junto con la redacción de un Diccionario Histórico, tenía la intención de que fuese el objeto de una institución con la que soñó siempre y a la que daba el nombre de Academia de Buenas Letras Asturianas, con esa literalidad o alguna variante.
La ocupación por la lengua es temprana, pues, en su etapa adulta asturiana, como podemos ver aquí: «Cuando emprendí mi viaje a este país creía yo que el dialecto que habla su pueblo sería uno de los primeros objetos de mis observaciones». Y sobre su relación con él: «Habíalo oído hablar de continuo y aun lo entendía y hablaba perfectamente en mi niñez (téngase en cuenta que, a los dieciséis años, Xovellanos es internado en Ávila para seguir estudios eclesiásticos)»; y «El dialecto asturiano que tratamos de recoger es la lengua viva de nuestro pueblo; todos lo mamamos, por decirlo así, con la primera leche; va pasando tradicionalmente de padres a hijos y se continúa de generación en generación». En cuanto a los propósitos de sus afanes: «Prometiéndome que a mi vuelta podría por lo menos escribir una Gramática, una Ortografía y un Glosario o Etimológico del dialecto de Asturias».
Un breve paréntesis. Tengamos en cuenta que en el XVIII «lengua», «dialecto» e «idioma» tienen la misma consideración filológica, como puede comprobarse en los DRAE de la época. Por otra parte, Xovellanos, si llama preferentemente «dialecto» al asturiano, lo denomina también «lengua» e «idioma».
El afecto de Xovellanos por su idioma llariegu tiene raíces personales y sociales, pero no debemos olvidar que, intelectualmente, se mueve en el aprecio y estudio por las lenguas españolas que no son el castellano que comienza a manifestarse, especialmente, en la segunda mitad del XVIII, entre cuyos más destacados investigadores podemos destacar al sacerdote Pedro Pablo Astarloa (sobre el Euskera) y al benedictino Fray Martín Sarmiento (sobre el gallego). De este es, precisamente, este texto: «La lengua castellana no es vulgar (“la del país”) en Asturias, Galicia, Portugal, Valencia y Cataluña […] El idioma catalán, asturiano, gallego, portugués y castellano, al ser con-dialectos entre sí, se entienden, a poco estudio, unos a otros, los que los hablan».
En su propósito filológico Xovellanos cuenta con una serie de amigos y conocidos que tienen sus mismas ilusiones e intereses, los más destacados de los cuales González Posada y Francisco Caveda Solares. (Este maliayense es, precisamente, el padre de Xosé Caveda y Nava, el primer editor de un libro de literatura asturiana, en 1839, tres siglos, curiosamente, después del primer texto literario conocido en nuestra lengua patria, el «Romance de Santolaya», de González Reguera). Pero, al mismo tiempo, se mueve en un contexto de aprecio por el asturianu. Nobles y estudiantes conocen de memoria los clásicos asturianos; fuera de la patria, se copian y se difunden estos de forma manuscrita. Junto con otros, la misma hermana de Xovellanos escribe literatura en lengua patria.
La atención de Xovellanos al idioma asturiano no es solo intelectual, lo es también emocional. Respecto a él dice: «¿Quién es el que no lo habla todos los días con el criado, el labrador, el menestral? ¿Quién, al fin, el que, presente, no se complace en ejercitarlo y, ausente de su patria, en recordarlo y oírlo».
Y así será. Desterrado en Mallorca en 1801, desde allí da vueltas a las palabras de nuestra lengua y las paladea, propicia la correspondencia en asturianu de sus amigos (Cartes a Theresina del Rosal), escribe él mismo alguna carta en nuestra lengua.
Sin duda, allí, en la distancia y privado de libertad, el sonido de las palabras llariegas arrastraba mucho más que su mero significado o su etimología: convocaba las imágenes de los sonidos y los olores de su mar de Xixón, las de los calizos altos montes Ervasios de su tierra en contraste con sus prados jugosos, las precisas figuras de sus caserías, sus hórreos y sus erías cultivadas, las palabras y los gestos de sus convecinos y sus familiares y, tal vez, las más lejanas estampas de su infancia corriendo por su Cimavilla natal, cuesta arriba, hasta La Fontica y la Atalaya, desde donde, oteando la mar cantábrica, habría fantaseado con otros viajes, otras aventuras y otras hombres, muy distintos a los de estos menguados días de su prisión y sus patrias.
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