Y yá que tamos: profecíes

Y yá qu'andamos de ver cómo nun se cumplen les profecíes (ver, equí, ensiertu del 23/07/13, antiayer), invítolos a lleer esti artículu míu del 29/11/12

             
                      PROFECÍAS Y JACULATORIAS

                ¿Se han dado ustedes cuenta que desde el año 2008, desde el estallido de la crisis,  estamos asistiendo a una continua serie de profecías que no se cumplen y de jaculatorias que no tienen otra efectividad que la de su emisión y, en ocasiones, más que una efímera presencia en el discurso público?
                El tiempo de don Rodríguez Zapatero fue pródigo en unas y otras, desde aquella de Leire Pajín —cuando no cholleaba aún en la Organización Panamericana de Salud, sino que fingía ser ministra de Sanidad con pulsera mágica— al anunciar que la confluencia de las presidencias de Obama y Zapatero constituiría algo así como la Parusía, o, al menos, la estrella de Belén («les sugiero que estén atentos al próximo acontecimiento histórico que se producirá en nuestro planeta), hasta las igualmente creativas del simpático don José Luis: «En esta Champions League de las economías mundiales, España es la que más partidos gana, la que más goles marca y la menos goleada», «Quizá España tenga el sistema financiero más sólido de la comunidad internacional», y, en una superación de sí mismo, «Superamos a Italia, pronto superaremos a Francia y en cuatro años alcanzaremos a Alemania».

                (Don José Luis y algunos de los suyos, de todas formas, venían con carrerilla. El primero había profetizado que el Estatut «resolvería la cuestión catalana para veinticinco años». Don Javier Fernández y otros conspicuos socialistas asturianos habían saludado desde el balcón de la Generalitat el éxito electoral que abría paso al citado texto, calificándolo de «oportunidad de oro para el progreso y la solidaridad en toda España».)


                Pero de aquellas antiguallas ha quedado especialmente en la memoria colectiva la troquelación «brotes verdes», con que doña Elena Salgado anunciaba un futuro más venturoso en 2009 que en 2008. Sin duda lo hizo con tan poco acierto (¿o con tanta cara dura?) como con el que, a finales de 2011, anunció que tendríamos un 6,3% de déficit al terminar el año. Ya saben ustedes que fue tres puntinos más, y que gran parte de nuestro problema de crédito exterior y de nuestras dificultades financieras se deben a ello.
                Este año están de moda las profecías del desastre inminente, profecías que, hasta ahora, no se han cumplido y sobre las que, por supuesto, tras manifestarse su incumplimiento, nadie reconoce su error. Les recordaré algunas de ellas. La que reiteró, por ejemplo, que durante el verano se agravaría la prima de riesgo y que se acercaría a los 600 o 700 puntos obligando a la intervención. O las tres veces que, en poco más de un mes, la «siempre bien informada» agencia Reuters anunció la inmediata petición de rescate por parte de España, en una de cuyas ocasiones tuvo el señor Rajoy una hilarante intervención que, naturalmente, muchos corrieron a descalificar y a acusar de mentirosa. ¿Qué quieren que les diga, sino recordar a John Galbraith: «Las predicciones económicas convierten la astrología en una ciencia respetable»?
                Y, respecto a las jaculatorias, ¿qué les voy a contar? La verdad es que sus relatores las emiten con unción reverencial, confiados en su valor milagroso o apotropaico, aunque sean, en la práctica, nada más que eso, jaculatorias, píos recitados con que pedir el milagro o espantar el miedo.
                ¿Se acuerdan ustedes de aquel «Hay que cambiar el modelo económico», como si ello pudiese hacerlo por decreto o voluntad y de un día para otro? ¿Y qué me dicen de la petición de la emisión de eurobonos, imposibles a no ser que previamente se den las necesarias condiciones de unificación de déficits y control de los presupuestos (es decir, cesión de toda soberanía nacional) por un organismo central?
                ¿O qué de la recitación que exige unir austeridad y estímulos al crecimiento, como si ello fuese posible sin reducir notablemente el gasto (y, por tanto, el gasto social), aumentar aún más los impuestos (contrayendo la demanda) o propiciando la inflación mediante la emisión de moneda  (para lo que evidentemente no tenemos instrumento alguno)? En fin, como he contado recientemente, las huelgas generales que, en el fondo, piden que la realidad no sea como es son otra especie de jaculatoria, una fórmula de itinerancia apotropaica cuya ejecución y virtud son las mismas que las de las rogativas para impetrar el agua o el cese de esta.
                En todo caso, y ya que vamos de profecías, permítanme que yo reitere otra: si las variables  de argentinización de nuestra sociedad y las de la evolución de la cuestión catalana no pesan demasiado; si, como parece posible, los asuntos de la estabilidad del euro y de la financiación bancaria se resuelven, si cumplimos razonablemente el objetivo de déficit, pronto se calmará el panorama y, antes de lo que pensamos, empezaremos a crecer, aunque muy lentamente.
                Tengan por seguro que, por equivocarme, no me premiarán, como a doña Elena Salgado, con un chollín en ENDESA de muchos miles de euros anuales. Me los quitarán, aun acertando, PSOE, IU y UPyD. Pero ese es otro tema, que para ustedes, sin duda, tiene un interés menor.

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