EL MILAGRO ASTURIANO

En La Nueva España de güei. Trescribo l'entamu l'artículu:

El milagro asturiano

Sobre los bellos y enigmáticos monumentos prerrománicos

12.03.2015 | 04:28
El milagro asturiano
Con motivo del trigésimo aniversario de su declaración como Patrimonio de la Humanidad, lleva LA NUEVA ESPAÑA varias semanas publicando reportajes sobre las maravillas y miserable estado de los edificios del arte asturiano. Arte asturiano, digo, como decía Xovellanos, y no "prerrománico", pues esta denominación implica carencia, imperfección, y el asturiano es un arte que empieza y concluye en sí mismo, y en sí alcanza la perfección.
Con la excepción de algunos que ahora se hallan incluidos en un entorno urbano o periurbano, nuestros monumentos se levantan en medio de la naturaleza. Imaginémoslos desde su propia circunstancia. En ámbito mucho más indómito que hoy, con más viesques y prados, con apenas edificaciones y las que hubiese, o paupérrimas o, si nobles, de poca altura, de pronto el viandante se encuentra con la sorpresa maravillante de la no naturaleza. Con un edificio de formas armoniosas, lleno de colorido, cuajado de figuras de bulto, reconocibles unas, enigmáticas otras. Aquel conjunto armónico es sin duda obra del hombre, pero allí, por su arte e ingeniería, por la solidez de los materiales, parece más bien obra sobrenatural. En todo caso, siendo evidente su condición de no-naturaleza, es concordante con ella, se integra como una parte de la misma. Y, por demás, tiene una dimensión humana: en pocos pasos el llegado es capaz de rodear toda su estructura. Su ojo, frente a lo que vendrá después, es capaz de contemplar todos los detalles figurativos: no solo los de la portada, también los de los canecillos.
Adentrado, el visitante encuentra también las mismas dimensiones humanas. Es un templo: su altura y anchura, su disposición interior, la luz que traspasa las estrechas ventanas indican bien a las claras que es un recinto donde se adora a la divinidad, donde se invita al recogimiento con el silencio, con la ruptura con la naturaleza, con las pinturas, las estatuas y el altar. Pero no sobrecoge, no impone, no aplasta. Allí la divinidad tiene una presencia con la que el llegado puede establecer una relación de respeto y veneración, no de igual a igual, pero desde su propia humanidad, sin verla rebajada o amenazada.

No hay comentarios: