Avisélos el 07/03/11, nun ensiertu asoleyáu equí y tituláu "Hay que echarlos y pronto": la restricción a 110 venía pa quedase, porque nun yera un tema económicu, sinón ideolóxicu. Equí tienen:
El Gobierno estudia dejar la velocidad máxima en 110 por hora porque «el ahorro es enorme»
Madrid, Agencias
El Gobierno estudia prolongar el límite máximo de velocidad de 110 kilómetros por hora (Km/h) en autopistas y autovías más allá del 30 de junio, fecha que marcó el Ejecutivo para valorar la continuidad de esta medida. El ministro de Industria, Turismo y Comercio, Miguel Sebastián, también anunció ayer que el Gobierno tiene la «intención» de congelar la tarifa eléctrica en julio, salvo que se produzca un resultado «muy negativo de la subasta» eléctrica del próximo 21 de junio, y que pretende dejar inalterables los precios de la luz en lo que resta de año.
Y equí lo que decía yo naquella fecha:
La última de las ocurrencias ha sido la de limitar a 110 km/h la velocidad máxima en las autovías a partir del próximo día 7 de marzo. Es una decisión con la que casi nadie se ha mostrado de acuerdo y para la que no se ven las razones cuando el petróleo ya ha estado más caro, nuestra dependencia del suministro de Libia es limitada y Europa, sobre todo, no ha tomado ninguna medida parangonable. En mi opinión, no hay, tras ella, razones de índole económica, según se afirma, sino «ideológicas» -esto es, de ahormamiento social, de totalitarismo arbitrista-. La crisis de los países del norte de África (con alguno de los peores de los cuales el actual Gobierno ha ido, literalmente, de la mano) ha servido de pretexto para poner en marcha una voluntad largamente represada por el socialismo, la de rebajar la velocidad máxima de las autopistas (con lo cual, de paso, se le da en el focicu al Gobierno catalán actual, que pretendía subirla a 130). Se le ha escapado a mi amigo don Antonio Trevín, delegado del Gobierno, como puede leerse en la página 20 de LA NUEVA ESPAÑA del domingo 27. Pero no hacía falta que don Antonio nos lo confesase: el proyecto había sido anunciado tiempo ha, y muchos de ustedes recordarán, por otro lado, aquella temporada en que los tramos recientes de la autovía hacia Galicia lucían un límite máximo de 110 por hora, un experimento en el que esta sufrida Asturies, como tantas veces, fue pionera. De modo que este golpe de mano, la reducción de velocidad máxima, créanme, no tiene, a no ser que nos resistamos fieramente, otra voluntad que la de quedarse para siempre.
Algunas almas cándidas piensan que el propósito de esta nueva normativa, como de la restante normativa restrictiva circulatoria, es el recaudatorio. ¡Qué equivocados están! ¡Qué inocentes! Ese sería, al fin y al cabo, un procedimiento racional y legítimo en cualquier Estado. La cosa es más profunda: se trata de que seamos como ellos quieren; de hacernos bajar los focicos a tierra para que aceptemos sus designios y su diseño de cómo debemos ser. Eso sí, por supuesto, en nombre de nuestra felicidad y de nuestra -sugerida- inmortalidad, a la que deberíamos sentirnos felices de ser conducidos ramaleados por su sola sabia y benéfica mano.
Créanme, es una cuestión urgente de salud pública y de salvación social y del Estado mismo: hay que echarlos a todos y por la vía rápida, ¡a más de trescientos km/h, si puede ser!
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