Aquí me he manifestado siempre en contra de la limitación de velocidad a 110 km/h y su mantenimiento a 120. Asimismo, he indicado en varias ocasiones que, tras esa decisión, había razones no de ahorro de combustible, sino ideológicas, tanto las típicas del estado autoritario borrinoso -hacernos saber quién manda-, como el discurso falsamente salvador (falsamente porque no es efectivo en cada una de las medidas que se disponen, sólo discursivo en muchas de ellas) de vidas.
Del mismo modo, he transcrito aquí las dudas de muchos expertos en lo relativo a la efectividad del ahorro de combustible en relación con la medida de reducción a 110 km/h. En todo caso, el propio Gobierno ha reconocido que el ahorro ha sido mucho menor de lo que ellos esperaban (y, por otro lado, sin saber qué parte del ahorro se debió a otros factores que no fueron los de la reducción de velocidad). Pues bien, lo que se ha señalado pocas veces -o no se ha subrayado suficientemente- es que el mayor consumo de combustible por km recorrido no se produce en las autovías y autopistas, sino en las nacionales y comarcales, donde las limitaciones de velocidad, el trazado lleno de curvas y repechos, las limitaciones del trazado, las travesías de población, etc. obligan a una continua modificación de velocidad y, por tanto, a aceleraciones y decelaraciones continuas, que son las ocasiones donde verdaderamente se dispara el consumo de combustible.
Esto es que, como siempre, nos torean, nos mienten, nos sacrifican, y, si nos dejamos, nos engañan.
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