ESOS MARAVILLOSOS SERES HUMANOS


«¿Quién sufrirá tan áspera / mudanza del bien al mal?»
(Garcilaso)

Que conste que entiendo plenamente a don Ángel González, el llavianés, digo, que al otro también. Él que forma parte del ejército de los ángeles del bien, de las fuerzas de la luz, y que lleva empeñado toda la vida en lucha impar con las variadas manifestaciones del maligno: el fascismo, el capitalismo, los mercados, los vencedores de la guerra civil y, tal vez, la democracia burguesa, ¿cómo sufrir ahora verse condenado por defender el bien? ¿No ha de entenderlo como una suma injusticia, como un triunfo —ocasional seguramente, pero doloroso— del Maligno y sus asechanzas. Pero lo que más debe entristecerle es sin duda la injusticia que con él cometen sus compañeros, ¿acaso los monolitos de la memoria no eran para recordar a quienes padecieron la injusticia histórica de la derrota, perteneciendo al ámbito del bien? Y, sobre todo, ¿no había hecho él lo más importante —con consciencia de violar la ley burguesa o no, a sabiendas de cometer un ilícito o no— que era conseguir que antes de las elecciones una parte de esos memoriosos monolitos estuviesen colocados y, a través de la correspondiente fotografía y de la oportuna propaganda , sobre honrar a los muertos por la causa conseguir algunos votos para la causa (que no es cosa menor, aunque secundaria fuere), esto es, para IU. Lo comprendo, comprendo su desorientación, su decepción, su irritación. ¡Y, ahora resulta que no es solo una víctima (tal vez injusta, a su entender) de la justicia burguesa, sino que sus propios compañeros lo apartan de sí y lo condenan por haber servido al ideario y al interés, como si hubiese seguido aquel lema que Xovellanos propuso para su Instituto: «quid verum, quid utile». ¿Y acaso no podría él argüir, si no ya ante la ley, sí ante sus compañeros, aquel «¿qué importa errar lo menos, quien ha acertado lo más» que Pedro Crespo argumenta en su disculpa ante el Rey, precisamente en una situación en que la razón ha prevalecido por sobre los códigos.


Es verdad, sin embargo, que hay un argumento que me hace ser menos comprensivo con don Ángel González (el de Llaviana). El ha sido siempre un tonitronante acusador contra los demás. Ha exigido siempre la dimisión de todo aquel ya no que estuviese encausa, sino, incluso, de aquel que únicamente hubiese sino «del vano dedo señalado». De modo que bien está que solo por esa razón, pase a ser, como en su día lo fue otro tonitronante exigente de responsabilidades y dimisiones ante la menor sombra de acusación, el señor José Blanco, que al igual que don Ángel acabó de «alguacil alguacilado». Don José, al final confesó su error y cantó la palinodia, ¿lo hará también don Ángel?

Otro ser maravilloso es doña Elena Valenciano, la cabezalera de las huestes socialistas al Parlamento Europeo. ¿Recuerdan aquellas declaraciones suyas a su cadena, la cadena SER, al comenzar la campaña?: «Transité de Jesucristo a la revolución y a tener como ídolos al Che Guevara y Felipe González. Para mí fue un poco lo mismo, Jesucristo y la revolución después, el Che Guevara y en España Felipe González». Es más, luego tuvo la honradez intelectual de comunicarnos que conoció buena parte de la historia de Jesucristo por la ópera rock Jesucristo Superstar, que cantaba en el coro del colegio, porque entonces no estudiaba «religión sino catecismo».

La verdad es que ante tales declaraciones —semejantes por cierto en su contenido y tono a aquellas de doña Leire Pajín (hoy en altos destinos de cobro), cuando afirmaba que el triunfo de Obama era una bendición porque iba a suponer una «conjunción astral» con don Rodríguez Zapatero—, uno se siente Becqueriano y le apetece decir aquello de «Por una mirada, un mundo; / por una sonrisa, un cielo; / por esas declaraciones…».

Porque ¿cómo pueden pagarse esas declaraciones, que provocan la eutrapelia, estimulan el humor, hacen que corran las endorfinas tumultuosamente por el cuerpo? No sé que se le podría dar, pero son tan estimulantes, tan salerosas, que bien podemos pasar por alto la íntima inquietud que, por un instante, nos sobreviene al pensar en la utilidad de tanto dinero gastado en la enseñanza obligatoria. Y hasta podríamos pasar por alto cuánto debe alguna de esas frases, al igual que tantas ocurrencias que pasan por originales, a tópicos de moda en su día. Y si no, miren lo que dijo el general Perón durante sus años de exilio en España, respondiendo a un periodista (ignoro si de la SER) en qué consistía el peronismo: «Una mezcla de Jesucristo, el Che Guevara y José Antonio (Primo de Rivera).

Los estragos de la cultura pop.

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