ABELARDIANAS
La
persona, los actos y circunstancias de don Abelardo Fernández, el entrenador
del Sporting, dan pie para algunas reflexiones.
La
primera, la más importante, la de en qué gran medida don Abelardo y su equipo
nos devuelven deformado lo que somos los asturianos. “¿Pero acaso de Nazaret
puede salir algo bueno”?, le dice Natanael a Felipe, dado el lugar de
nacimiento de Jesús, Nazaret. Pues aquí, para nosotros mismos, todos somos de
Nazaret. “¿Quién, esi?”, preguntamos en términos asturianos, ya no bíblicos,
para mostrar nuestra absoluta incredulidad si nos dicen que alguien de los
nuestros es bueno en lo suyo o alcanza la excelencia.
De
ese modo, ponemos siempre por encima de nosotros todo lo que viene de fuera y a
ello nos sometemos, menospreciando lo nuestro y los nuestros. Y, así, estando
ahí don Abelardo y todos los guajes que provienen de la cantera y que están
haciendo un tan extraordinario año, los próceres del Sporting (y seguramente
una gran parte de la opinión con ellos) corrían desalados años tras año a
buscar fuera jugadores y entrenadores, derrochando el dinero a manos llenas,
porque ya se sabía que nada bueno podía salir de Nazaret, esto es, de la villa
del Piles.
Pues
bien, don Abelardo y sus rapazos —que estaban dormidos en Mareo, como las notas
en el arpa becqueriana, esperando como estas “la mano de Nieve que sepa
arrancarlas”— nos han demostrado cuánto bueno se puede hacer cuando uno confía
en sí y en su entorno y deberían ser motivo de reflexión sobre lo que en tantos
campos nos pasa a los asturianos, desde el aprecio de nuestro arte y nuestra
historia, a la economía y la política.
Al
margen de esa meditación que provoca una ya larga temporada deportiva, unas
palabras recientes de don Abelardo nos invitan también a reflexionar sobre
nosotros mismos. Pedía él que, durante el partido con el Mallorca, el campo se
convirtiese en una caldera a presión. Y su argumentación era esta: "Ha sido un año complicado en El
Molinón; pitada en el minuto cinco, manifestaciones. Luego, que si una semana
se habla de Ndi, otra de que "Tu fe nunca decaiga" denuncia no se
qué, la semana que viene se hablará de la junta de accionistas y no del partido
del Lugo... Tenemos que concienciarnos todos de la oportunidad que tenemos, que
se palpe en el ambiente, y no tengo la sensación de que este año haya sido
así". Retrato perfecto, no solo de la afición, sino de lo que es tan común
en Asturies: el entusiasmo por criticar, la facilidad para reunirse con
objetivos negativos (por justos que sean); la dificultad para construir y
concentrarnos en torno a objetivos primordiales; la distracción del objetivo
principal y universal a favor de objetivos coyunturales y parciales.
La tercera de estas
abelardianas no le corresponde directamente a él, sino a sus apologistas
“civiles”. Durante una entrevista en Vidas Públicas, Vidas Privadas, se
manifestó como persona de izquierdas y criticó “la corrupción”, “la riqueza de
la Iglesia”; se mostró partidario de que los catalanes (o los asturianos)
puedan votar sobre su independencia, valoró positivamente al Papa Francisco “no
siendo él muy de iglesia”. Esa proclamación fue inmediatamente celebrada, ya en
el momento mismo por el entrevistador, don Justo Braga, y, después,
reiteradamente aireada y sopelexada en ciertos periódicos y medios sociales.
Digamos que hubo muchos que se alegraron de subir un nuevo santo al Panteón de
la izquierda.
Ahora bien, lo
significativo es que esa asunción se realizó tras la oportuna censura, porque
de don Abelardo se reiteraron, sobre su adscripción a la izquierda, todos los
tópicos (incluido, en este momento, la paradójica simpatía por el actual Papa
de ateos y agnósticos) que encajan en el canon izquierdista actual. Pero he
aquí que, junto con esas ideaciones antedichas, el entrenador había dicho algo
que rechinaba a la beatería: pedía penas más altas para quienes cometiesen
crímenes, y eso, claro ya, no es muy de izquierdas. Por tal razón,
efectivamente, esa idea del rapaz de Roces no ha sido repetida ni una sola vez.
Es decir, que nuestro
protagonista ha tenido que ser afeitado antes de ser elevado al Olimpo
izquierdista, para poder ajustar su efigie en el lecho de Procusto de su
imaginería.
Ya ven cómo, por sus
hechos o palabras o por el silencio que sobre una parte de ellas guardan los
demás, don Abelardo es un reactivo que desvela con meridiana claridad nuestro
ser social.
Gracias, don Abelardo.
Por su persona y por el fútbol que usted propicia.
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