Abelardianes (sí, sí, el del Sporting)

Aprovechando qu'hai tres díes don Abelardo cumplió los 46 el 19 d'esti mes, recupero un artículu qu'asoleyé na Nueva España'l 06/06/15.

                            
                           ABELARDIANAS


               La persona, los actos y circunstancias de don Abelardo Fernández, el entrenador del Sporting, dan pie para algunas reflexiones.
               La primera, la más importante, la de en qué gran medida don Abelardo y su equipo nos devuelven deformado lo que somos los asturianos. “¿Pero acaso de Nazaret puede salir algo bueno”?, le dice Natanael a Felipe, dado el lugar de nacimiento de Jesús, Nazaret. Pues aquí, para nosotros mismos, todos somos de Nazaret. “¿Quién, esi?”, preguntamos en términos asturianos, ya no bíblicos, para mostrar nuestra absoluta incredulidad si nos dicen que alguien de los nuestros es bueno en lo suyo o alcanza la excelencia.
               De ese modo, ponemos siempre por encima de nosotros todo lo que viene de fuera y a ello nos sometemos, menospreciando lo nuestro y los nuestros. Y, así, estando ahí don Abelardo y todos los guajes que provienen de la cantera y que están haciendo un tan extraordinario año, los próceres del Sporting (y seguramente una gran parte de la opinión con ellos) corrían desalados años tras año a buscar fuera jugadores y entrenadores, derrochando el dinero a manos llenas, porque ya se sabía que nada bueno podía salir de Nazaret, esto es, de la villa del Piles.
               Pues bien, don Abelardo y sus rapazos —que estaban dormidos en Mareo, como las notas en el arpa becqueriana, esperando como estas “la mano de Nieve que sepa arrancarlas”— nos han demostrado cuánto bueno se puede hacer cuando uno confía en sí y en su entorno y deberían ser motivo de reflexión sobre lo que en tantos campos nos pasa a los asturianos, desde el aprecio de nuestro arte y nuestra historia, a la economía y la política.


               Al margen de esa meditación que provoca una ya larga temporada deportiva, unas palabras recientes de don Abelardo nos invitan también a reflexionar sobre nosotros mismos. Pedía él que, durante el partido con el Mallorca, el campo se convirtiese en una caldera a presión. Y su argumentación era esta: "Ha sido un año complicado en El Molinón; pitada en el minuto cinco, manifestaciones. Luego, que si una semana se habla de Ndi, otra de que "Tu fe nunca decaiga" denuncia no se qué, la semana que viene se hablará de la junta de accionistas y no del partido del Lugo... Tenemos que concienciarnos todos de la oportunidad que tenemos, que se palpe en el ambiente, y no tengo la sensación de que este año haya sido así". Retrato perfecto, no solo de la afición, sino de lo que es tan común en Asturies: el entusiasmo por criticar, la facilidad para reunirse con objetivos negativos (por justos que sean); la dificultad para construir y concentrarnos en torno a objetivos primordiales; la distracción del objetivo principal y universal a favor de objetivos coyunturales y parciales.
               La tercera de estas abelardianas no le corresponde directamente a él, sino a sus apologistas “civiles”. Durante una entrevista en Vidas Públicas, Vidas Privadas, se manifestó como persona de izquierdas y criticó “la corrupción”, “la riqueza de la Iglesia”; se mostró partidario de que los catalanes (o los asturianos) puedan votar sobre su independencia, valoró positivamente al Papa Francisco “no siendo él muy de iglesia”. Esa proclamación fue inmediatamente celebrada, ya en el momento mismo por el entrevistador, don Justo Braga, y, después, reiteradamente aireada y sopelexada en ciertos periódicos y medios sociales. Digamos que hubo muchos que se alegraron de subir un nuevo santo al Panteón de la izquierda.
               Ahora bien, lo significativo es que esa asunción se realizó tras la oportuna censura, porque de don Abelardo se reiteraron, sobre su adscripción a la izquierda, todos los tópicos (incluido, en este momento, la paradójica simpatía por el actual Papa de ateos y agnósticos) que encajan en el canon izquierdista actual. Pero he aquí que, junto con esas ideaciones antedichas, el entrenador había dicho algo que rechinaba a la beatería: pedía penas más altas para quienes cometiesen crímenes, y eso, claro ya, no es muy de izquierdas. Por tal razón, efectivamente, esa idea del rapaz de Roces no ha sido repetida ni una sola vez.
               Es decir, que nuestro protagonista ha tenido que ser afeitado antes de ser elevado al Olimpo izquierdista, para poder ajustar su efigie en el lecho de Procusto de su imaginería.
               Ya ven cómo, por sus hechos o palabras o por el silencio que sobre una parte de ellas guardan los demás, don Abelardo es un reactivo que desvela con meridiana claridad nuestro ser social.

               Gracias, don Abelardo. Por su persona y por el fútbol que usted propicia.

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