¿QUÉ ES EL
COMUNISMO?
Las definiciones sobre aquello en
qué consiste el comunismo son diversas y aun contradictorias. En general,
suelen entenderse por sus elementos definitorios los siguientes: la culminación
de un proceso histórico (la teleología hegeliano-marxista del fin de la
historia), la propiedad colectiva de los medios de producción y la desaparición
o transformación del Estado. Ahora bien, sobre el tiempo o el modo de
realización de estos parámetros existe una compleja discusión teórica, que
arroja más oscuridad que luz sobre la esencia de la cuestión. Lo mejor, pues,
es acudir a una definición pragmática: veamos a qué se ha llamado comunismo en
la historia.
Lo primero que llama la atención es
el carácter lábil o inasible de los sucesos históricos fácticos que son
llamados "comunismo". Pues, en efecto, las concreciones reales de la
doctrina en el siglo XX se manifiestan como un a modo de paradoja cuántica
(como la del gato de Schrödinger, por ejemplo, que muere y no muere, al mismo
tiempo) o como una superación diacrónica del principio de no contradicción,
pues, ciertamente, esos sucesos son, al tiempo, comunismo y no lo son. Para que
se entienda: todos los acontecimientos que, desde un punto vista pragmático,
podríamos definir como "comunismo" en el siglo XX han pasado por un
triple estadio: 1) han sido definidos como "comunismo" por quienes
los han puesto en marcha, 2) han sido saludados, jaleados y aplaudidos como
"comunismo" (a veces bajo el nombre de "socialismo real")
por los que se autodeclaran comunistas, 3) han sido rechazados posteriormente
como no "comunismo comunismo" (en el mismo sentido que hablamos de
"café café" para señalar el
café auténtico) por quienes,
siendo profesos de la idea, habían afirmado anteriormente que esos
acontecimientos sí lo eran. Sería difícil identificar (aunque podría haber
quien lo hiciere) ese proceso histórico triádico con los tres momentos del
proceso dialéctico marxista de posición, oposición, superación (tesis,
antítesis y síntesis). Es más fácil, en todo caso, señalar la homología de los
tres momentos (no dialécticos) con las tres sucesivas fases de la borrachera:
exaltación de la amistad, cantos regionales, negación de la evidencia.
Siendo, pues, extremadamente
dificultosa una definición meramente conceptual
o conceptual-histórica del comunismo, cabría intentar una exploración
analítica de todas esas singularidades que han sido, de forma sucesiva,
aclamadas como comunismo y negadas como tal por sus partidarios. Nos acercaríamos
así a su esencia no tanto por su conocimiento dialéctico o teorético, sino
mediante una especie de procedimiento de refutación popperiano.
Una lista breve, pero significativa,
nos mostrará lo que sus partidarios y comulgantes descartan como comunismo y
como hechos comunistas, después de haberlos proclamado tales. No es comunismo
el régimen iniciado con Lenin en la actual Rusia y la antigua URSS. No lo son
las purgas y asesinatos allí cometidos, los más de veinte millones de muertos
por razones políticas, las deportaciones en masa de pueblos, los gulag de
Siberia, ni la falta de libertad. Tampoco los privilegios de los grupos
dominantes frente al proletariado en cuyo nombre se gobierna; ni la ruina
económica o los desastres ecológicos de su sistema productivo. No es comunismo
los más de dos millones de muertos de la dictadura de Pol-Pot y sus jémeres
rojos, sus asesinatos colectivos y sus campos de reeducación para crear el
hombre nuevo. No constituyen esa identidad, del mismo modo, el estado maoísta,
sus prisiones y los crímenes de la Revolución Cultural, así como sus episodios
programados de cárcel y represión. Obviamente, tampoco lo sería -por otras
razones- el actual régimen pseudocomunista chino, donde se admite la iniciativa
privada y el capitalismo (pero no las libertades individuales). Parejamente,
las dictaduras de Ceaucescu (Rumanía) o Enver Hoxa (Albania), con su cortejo de
culto a la personalidad, riqueza del dictador, miseria y esclavitud de sus
poblaciones, no deben incluirse en el concepto; ni las dictaduras dinásticas de
Corea del Norte, encarnadas por Kim Il Sung y Kim Jong Il. Idénticamente,
tampoco la Checoeslovaquia o la Hungría de los tanques del pacto de Varsovia, y
mucho menos, la RDA o Alemania del Este, tan eficaz en construir muros o
cuerpos policiales de éxito insuperable para librar a sus ciudadanos de un
éxodo que les hubiera resultado infeliz,
como incapaz de poner en marcha una economía medianamente productiva y
que pudiera satisfacer las necesidades de sus habitantes.
La lista podría seguir. Nos
podríamos preguntar, por ejemplo: ¿Es Cuba un país comunista? Y la respuesta
sería que empieza a entrar ya plenamente en el arquetipo de los países que no
lo son, en la medida en que sus apóstoles y jaleadores parecen empezar a situarlo
en la tercera fase, la de la negación del carácter que hasta ahora se le venía
atribuyendo. En todo caso, cualquier país de los que pueden servirnos para
realizar una aproximación popperiana al comunismo, mediante la refutación de
los que pareciéndolo no lo son, presenta una tipología parecida: ausencia de
libertades, cárceles para los disidentes, miseria económica, privilegios
inauditos de los gobernantes, masacres colectivas, estado policial. Pero todo
ello no es comunismo. aunque se dé en los países que se han autoproclamado
comunistas por sus actores y aunque así se haya llamado en algún momento por
los mismos que dicen ser comunistas. Es, exactamente, el ejemplo de lo que no
es comunismo.
¿Podemos realizar alguna otra
aproximación a la materia que nos pudiese permitir una definición positiva, no
refutatoria? Confieso que a mí se me escapa: no logro encontrar un camino que
no sea -como decía Churchill- un enigma envuelto en un misterio. No obstante
algunos han intentado una definición parabólica, mediante el pensamiento del
que pudiéramos llamar un pensador-filósofo chino del siglo IX a.C., Xian- Ze-
Piao (en la transcripción actual, que prefiere Mao Ze Dong a Mao Tse Tung).
Xian- Ze- Piao es autor de una serie de paradojas sobre el espacio y el tiempo
que, en alguna medida, podríamos parangonar con las de Zenón de Elea, con las
cuales guardan un cierto aroma de afinidad. Pues bien, la quinta de ellas dice
así: "Si a un ser vivo dotado de capacidad de desplazamiento (en realidad,
la mejor traducción sería la de "semoviente", pero el término tiene
connotaciones, en castellano, que prefiero evitar), ya sea de dos pies o cuatro
pies dotado por la naturaleza, le colocamos en el dorso una linterna que
proyecte ante su vista imágenes que le despierten apetito o pasión, se pondrá
en movimiento continuo tras ellas para satisfacer su concupiscencia volitiva,
más nunca las alcanzará porque no tienen más realidad que el ensueño de su
voluntad; nunca las alcanzará (el texto vuelve aquí a repetirse enojosamente)
/.../ por más sembrados o juncos que huelle en su ansioso camino hacia delante,
por potentes que sean las emisiones con que desde su órgano fonatorio proclame
su excitación o convoque, ya con palabras dulces, ya conminatorias, a otros
semejantes en pos del trampantojo que hace galopar a sus apetitos y fantasías
hacia un confín tan inasible como el horizonte".
LA NUEVA ESPAÑA, 29/04/03
No hay comentarios:
Publicar un comentario