Los antitaurinos, con y tras la Iglesia

                      (Asolayáu en La Nueva España del 06/10/16)

                       LOS ANTITAURINOS, CON Y TRAS LA IGLESIA

                No es un secreto, pero quizás no es de todos conocido que la Iglesia tuvo un radical discurso antitaurino. Así, en 1567, el Papa Pío V publicó la bula “De salutis gregis dominici”, en que prohibía los toros bajo pena de excomunión a perpetuidad. En la citada bula hablaba de “las luchas con toros y otras fieras en espectáculos públicos y privados, para hacer exhibición de fuerza y audacia” y ordenaba: “prohibimos terminantemente por esta nuestra Constitución, que estará vigente perpetuamente, bajo pena de excomunión y de anatema en que se incurrirá por el hecho mismo, que todos y cada uno de los príncipes cristianos, cualquiera que sea la dignidad de que estén revestidos, sea eclesiástica o civil, incluso imperial o real o de cualquier otra clase, cualquiera que sea el nombre con el que se los designe o cualquiera que sea su comunidad o estado, permitan la celebración de esos espectáculos en que se corren toros y otras fieras es sus provincias, ciudades, territorios, plazas fuertes, y lugares donde se lleven a cabo”. E, incluso, condenaba a no dar sepultura eclesiástica a quien muriese en una de esas luchas.
                Y aclaraba que no era válido pretexto alguno, ni tradiciones antiguas ni festejos en honor a los santos patronos de algún lugar: “Dejamos sin efecto y anulamos, y decretamos y declaramos que se consideren perpetuamente revocadas, nulas e írritas todas las obligaciones, juramentos y votos que hasta ahora se hayan hecho o vayan a hacerse en adelante, lo cual queda prohibido, por cualquier persona, colectividad o colegio, sobre tales corridas de toros, aunque sean, como ellos erróneamente piensan, en honor de los santos o de alguna solemnidad y festividad de la iglesia, que deben celebrarse y venerarse con alabanzas divinas, alegría espiritual y obras piadosas, y no con diversiones de esa clase”.
                En España la bula no se puso en práctica. El reinante, Felipe II, contestó de esta forma tan lacónica como magnífica y política: “Son una muy antigua y general costumbre en nuestros reinos, y para la quitar será menester mirar más en ello; así por ahora no conviene se haga novedad”.
                (La actitud del Rey, por otro lado, nos invita a remover o matizar el tópico que se tiene de la monarquía española como una institución sometida permanentemente a los dictados de la Iglesia. Cuando los intereses de España chocaban con los de Roma, los monarcas no dudaban en enfrentarse a ella —piénsese en el saco de Roma, con Carlos V, justificado por su publicista Alfonso de Valdés o en Fernando el Católico ordenando ajusticiar al enviado del Papa Julio II en la disputa por Nápoles— o en hacer caso omiso de sus disposiciones, como en esta ocasión.)
                Volvamos al tema central: la coincidencia de los antitaurinos hodiernos con aquella postura de la Iglesia postrenacentista. “No es lo mismo”, protestarán ellos. “Mucho va de Pedro a Pedro”, dirían si conociesen el refrán. Y efectivamente tienen razón, no son ambas posturas exactamente iguales. Lo que preocupaba al papa Pío V era que hubiese víctimas humanas en esas “luchas con los toros”. Lo que preocupa a los antitaurinos es que mueran los toros.

                Un punto a favor de la Iglesia.

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