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Talibanes, toros y magia simpática

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(Ayer, en La Nueva España) TALIBANES, TOROS Y MAGIA SIMPÁTICA Las mujeres van a quedar sometidas en Afganistán a algo peor que una prisión, a una de las interpretaciones más extremas del islam. Tampoco el resto de la población, salvo los del negocio, va a tener una vida deseable. Ahora bien, llaman la atención dos cosas. La primera, que muchos de entre quienes se manifiestan dolidos por esa tragedia sean quienes más han criticado la presencia de EEUU (y, en menor medida, de tropas de la OTAN) en ese país, como, en general, critican cualquier acción militar de EEUU. Y, sin embargo, ha sido esa presencia militar multinacional la que ha permitido a mujeres y varones de Afganistan llevar una vida relativamente libre y normal. Pues bien, censuran ahora la salida de las tropas dejando a esos ciudadanos en manos de un régimen teocrático. Consecuentes con su actitud de censura hacia la retirada y, sobre todo, con su manifiesta preocupación por la inmediata situación de las mujeres allí, deberían exigir la vuelta de las tropas internacionales y la ocupación del país, a fin de garantizar esa situación que, con razón, tanto desean. ¿Lo hacen? No. ¿Estarían dispuestos a salir a la calle para pedirlo, no digo ya a poner dinero para ello? No. ¿Qué hacen entonces? Organizan manifiestos y manifestaciones, exudaciones en las redes sociales, proclamas de indignación y “exigencias a los talibanes”. Lo que tiene el valor de aquella campaña de píos de Michelle Obama, aquel #BringBackOurGirls, destinado a que Boko Haram devolviese a 200 niñas secuestradas. Todo ello tiene el mismo valor que las oraciones y las procesiones para impetrar la lluvia o el cese de la pandemia (o el dirigirse a los tribunales para solicitar permisos para disponer medios contra la expansión del coronavirus). ¡Lo que se reirán los talibanes o lo habrá hecho Boko Haram! Ahora bien, es posible que tanto los manifestantes como los procesionantes de lluvia tengan una mentalidad mágica y crean, como los rogantes a san Fortunato (“los cojones te ato, si no me das lo que te pido no me desato”), que las palabras o los castigos en efigie son capaces de mover al rogado y modificar la realidad. ¿Lo creen? Quienes promueven esos movimientos saben que muchos de sus adeptos sí lo hacen, y, que, en todo caso, se sienten bien consigo mismos al participar en las rogativas. Otro tipo de mentalidad mágica parece haber presidido la actitud de doña Ana, la alcaldesa de Xixón, al haber decidido que nunca más habrá corridas de toros en la ciudad al saber que dos de los toros “ejecutados” llevaban los nombres de “Feminista” y “Nigeriano”, como si al alancear a los astados el “caballero cristiano” (que diría Moratín) alancease en ellos a las feministas (o, tal vez, a todas las féminas) y a los nigerianos (o, más en extenso, a todos los negros), en un acto, si no semejante a aquello que el vudú supone que consigue al dañar en la efigie el representado, sí, al menos, de carácter simbólico: una humillación, un insulto público. No tomen ustedes lo que acabo de decir como una exageración: he visto en las redes sociales quienes sostienen —y no son unos pelamangos cualquiera, tienen estudios— que los nombres de los toros han sido puestos adrede con esa intención. ¿Lo cree doña Ana González? ¿Piensa ella que, como en la magia simpática, hiriendo el nombre se hiere la cosa? En absoluto. Doña Ana no cree en ello, pero sí en tres cosas: en que tiene una parroquia y que es conveniente mantenerla excitada para que su fe no decaiga; que en esa parroquia y sus aledaños hay mucha gente enemiga de las corridas de toros (aunque habría que recordar a las generaciones presentes cuánta gente de izquierdas fue filotaurina o a ello apoyó, empezando por el propio Areces, que destinó 330 millones a la plaza); que su negocio se sostiene en la fe de la parroquia, los de misa diaria y los que acuden en ocasiones y solemnidades. Y como doña Ana se encuentra en un momento de no muy buena imagen pública, por sus actos pero también por la injusta “acusación” de ser ovetense, al ver los nombres de los toros ha pensado que la ocasión la pintaban calva, digo, astada, y ha decidido agarrarla por los cuernos. Por eso no ha llevado el asunto a un pleno, ni lo ha planteado como una cuestión del grupo o del partido socialista, sino suya, de la alcaldía, de doña Ana: “es esta una decisión, la de la prórroga del contrato, que corresponde a la alcaldía, y, por lo tanto, la tomo yo”. Adviértase bien: Yo, Ana González. Y ese es la razón última de la decisión, al margen de los motivos que pueda haber a favor o en contra de las corridas: un cuestión de voto lucrando y de recuperación de la imagen personal. Las cosas, tal como son.

Los antitaurinos, con y tras la Iglesia

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                      (Asolayáu en La Nueva España del 06/10/16)

                       LOS ANTITAURINOS, CON Y TRAS LA IGLESIA

                No es un secreto, pero quizás no es de todos conocido que la Iglesia tuvo un radical discurso antitaurino. Así, en 1567, el Papa Pío V publicó la bula “De salutis gregis dominici”, en que prohibía los toros bajo pena de excomunión a perpetuidad. En la citada bula hablaba de “las luchas con toros y otras fieras en espectáculos públicos y privados, para hacer exhibición de fuerza y audacia” y ordenaba: “prohibimos terminantemente por esta nuestra Constitución, que estará vigente perpetuamente, bajo pena de excomunión y de anatema en que se incurrirá por el hecho mismo, que todos y cada uno de los príncipes cristianos, cualquiera que sea la dignidad de que estén revestidos, sea eclesiástica o civil, incluso imperial o real o de cualquier otra clase, cualquiera que sea el nombre con el que se los designe o cualquiera que sea su comunidad o estado, permitan la celebración de esos espectáculos en que se corren toros y otras fieras es sus provincias, ciudades, territorios, plazas fuertes, y lugares donde se lleven a cabo”. E, incluso, condenaba a no dar sepultura eclesiástica a quien muriese en una de esas luchas.
                Y aclaraba que no era válido pretexto alguno, ni tradiciones antiguas ni festejos en honor a los santos patronos de algún lugar: “Dejamos sin efecto y anulamos, y decretamos y declaramos que se consideren perpetuamente revocadas, nulas e írritas todas las obligaciones, juramentos y votos que hasta ahora se hayan hecho o vayan a hacerse en adelante, lo cual queda prohibido, por cualquier persona, colectividad o colegio, sobre tales corridas de toros, aunque sean, como ellos erróneamente piensan, en honor de los santos o de alguna solemnidad y festividad de la iglesia, que deben celebrarse y venerarse con alabanzas divinas, alegría espiritual y obras piadosas, y no con diversiones de esa clase”.
                En España la bula no se puso en práctica. El reinante, Felipe II, contestó de esta forma tan lacónica como magnífica y política: “Son una muy antigua y general costumbre en nuestros reinos, y para la quitar será menester mirar más en ello; así por ahora no conviene se haga novedad”.
                (La actitud del Rey, por otro lado, nos invita a remover o matizar el tópico que se tiene de la monarquía española como una institución sometida permanentemente a los dictados de la Iglesia. Cuando los intereses de España chocaban con los de Roma, los monarcas no dudaban en enfrentarse a ella —piénsese en el saco de Roma, con Carlos V, justificado por su publicista Alfonso de Valdés o en Fernando el Católico ordenando ajusticiar al enviado del Papa Julio II en la disputa por Nápoles— o en hacer caso omiso de sus disposiciones, como en esta ocasión.)
                Volvamos al tema central: la coincidencia de los antitaurinos hodiernos con aquella postura de la Iglesia postrenacentista. “No es lo mismo”, protestarán ellos. “Mucho va de Pedro a Pedro”, dirían si conociesen el refrán. Y efectivamente tienen razón, no son ambas posturas exactamente iguales. Lo que preocupaba al papa Pío V era que hubiese víctimas humanas en esas “luchas con los toros”. Lo que preocupa a los antitaurinos es que mueran los toros.

                Un punto a favor de la Iglesia.

Güei en LA NUEVA ESPAÑA: Los antitaurinos, con y tras la Iglesia

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(Trescribo, como davezu, los primeros párrafos.)

Los antitaurinos, con y tras la Iglesia

El Papa Pío V prohibió los toros bajo pena de excomunión a perpetuidad

06.10.2016 | 03:55
Los antitaurinos, con y tras la Iglesia
No es un secreto, pero quizás no es de todos conocido que la Iglesia tuvo un radical discurso antitaurino. Así, en 1567, el Papa Pío V publicó la bula "De salutis gregis dominici", en que prohibía los toros bajo pena de excomunión a perpetuidad. En la citada bula hablaba de "las luchas con toros y otras fieras en espectáculos públicos y privados, para hacer exhibición de fuerza y audacia" y ordenaba: "prohibimos terminantemente por esta nuestra Constitución, que estará vigente perpetuamente, bajo pena de excomunión y de anatema en que se incurrirá por el hecho mismo, que todos y cada uno de los príncipes cristianos, cualquiera que sea la dignidad de que estén revestidos, sea eclesiástica o civil, incluso imperial o real o de cualquier otra clase, cualquiera que sea el nombre con el que se los designe o cualquiera que sea su comunidad o estado, permitan la celebración de esos espectáculos en que se corren toros y otras fieras es sus provincias, ciudades, territorios, plazas fuertes, y lugares donde se lleven a cabo". E, incluso, condenaba a no dar sepultura eclesiástica a quien muriese en una de esas luchas.
Y aclaraba que no era válido pretexto alguno, ni tradiciones antiguas ni festejos en honor a los santos patronos de algún lugar: "Dejamos sin efecto y anulamos, y decretamos y declaramos que se consideren perpetuamente revocadas, nulas e írritas todas las obligaciones, juramentos y votos que hasta ahora se hayan hecho o vayan a hacerse en adelante, lo cual queda prohibido, por cualquier persona, colectividad o colegio, sobre tales corridas de toros, aunque sean, como ellos erróneamente piensan, en honor de los santos o de alguna solemnidad y festividad de la iglesia, que deben celebrarse y venerarse con alabanzas divinas, alegría espiritual y obras piadosas, y no con diversiones de esa clase".
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¡Qué pocu respetu pola memoria hestórica!

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Bildu o Herri Batasuna, o como se disimulen agora los de siempre, acaba d'anunciar que nun va haber más corrides (de toros) en Donosti  (Van prohibir les corrides), por españoles.
¡Qué pocu respetu a la memoria hestórica propia! Nun alcordase que Jon Idígoras, un "clásicu" d'Herri Batasuna, que fue novilleru (colos nomatos de Chiquieto de Amorebieta, Chiquito de Éibar, Morenito del Alto.

El de la manzorga, Jon Idígoras

Foro y los cuernos

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De los toros, por supuestu. De les corrides de toros de Xixón. De mano: un aplausu por acabar con toa esa manguanería de les entraes gratis pa los amigos a costa'l dineru'l común de los ciudadanos. Y que cuerra l'exemplu pa tolos espectáculos y en tolos ayuntamientos.

Pero, dicho eso. ¿Nun hai nada meyor que l'espectáculu -telecinquescu- de la xente atropada delantre l'Ayuntamientu (axuntada delantre l'Axuntamientu, en dialectu) pa ver si-y toca nel sortéu? Y, sobre too, ¿CUÁNTOS DE LOS CIUDADANOS A LOS QUE-YOS TOQUEN LES ENTRAES VAN DIR A LOS TOROS? ¿Y A CÓMO VAN VENDESE TOES ESES ENTRAES NA REVENTA?

Les coses bien feches, bien parecen.

Los toros y Xove-Llanos

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Lo que sigue es lo que dice Gaspar Melchor Baltasar de Xove-Llanos sobre los toros (Memoria para el arreglo de la policía de los espectáculos y sobre su origen en España).


Toros


Ciertamente que no se citará como tal la lucha de toros, a que nos llaman ya la materia y el orden de este escrito. Las leyes de Partida la cuentan entre los espectáculos o juegos públicos. La 57, tít. XV, part. I, la menciona entre aquellas a que no deben concurrir los prelados. Otra ley (la 4.ª, part. VII, tít. De los enfamados) puede hacer creer que ya entonces se ejercitaba este arte por personas viles, pues que coloca entre los infames a los que lidian con fieras bravas por dinero. Y si mi memoria no me engaña, de otra ley u ordenanza del fuero de Zamora se ha de deducir que hacia los fines del siglo XIII había ya en aquella ciudad, y por consiguiente en otras, plaza o sitio destinado para tales fiestas.

Como quiera que sea, no podemos dudar que este fuese también uno de los ejercicios de destreza y valor a que se dieron por entretenimiento los nobles de la Edad Media. Como tales los hallamos recomendados más de una vez y de ello da testimonio la crónica del conde de Buelna. Hablando su cronista del valor con que este paladín, tantas veces triunfante en las justas de Castilla y Francia, se distinguió en los juegos celebrados en Sevilla para festejar el recibimiento de Enrique III cuando pasó allí desde el cerco de Gijón, «e algunos días, dice, corrían toros, en los cuales non fue ninguno que tanto se esmerase con ellos, así a pie como a caballo, esperándolos, poniéndose a gran peligro con ellos, e faciendo golpes de espada tales que todos eran maravillados».

Continuó esta diversión en los reinados sucesivos, pues la hallamos mencionada entre las fiestas con que el condestable señor de Escalona celebró la presencia de Juan el II cuando vino por la primera vez a esta gran villa, de que le hicieron merced.

Andando el tiempo, y cuando la renovación de los estudios iba introduciendo más luz en las ideas y más humanidad en las costumbres, la lucha de toros empezó a ser mirada por algunos como diversión sangrienta y bárbara. Gonzalo Fernández de Oviedo pondera el horror con que la piadosa y magnífica Isabel la Católica vio una de estas fiestas, no sé si en Medina del Campo. Como pensase esta buena señora en proscribir tan feroz espectáculo, el deseo de conservarlo sugirió a algunos cortesanos un arbitrio para aplacar su disgusto. Dijéronle que, envainadas las astas de los toros en otras más grandes para que vueltas las puntas adentro se templase el golpe, no podría resultar herida penetrante. El medio fue aplaudido y abrazado en aquel tiempo; pero, pues ningún testimonio nos asegura la continuación de su uso, de creer es que los cortesanos, divertida aquella buena señora del propósito de desterrar tan arriesgada diversión, volvieron a disfrutarla con toda su fiereza.

La afición de los siguientes siglos, haciéndola más general y frecuente, le dio también más regular y estable forma. Fijándola en varias capitales y en plazas construidas al propósito, se empezó a destinar su producto a la conservación de algunos establecimientos civiles y piadosos. Y esto, sacándola de la esfera de un entretenimiento voluntario y gratuito de la nobleza, llamó a la arena a cierta especie de hombres arrojados que, doctrinados por la experiencia y animados por el interés, hicieron de este ejercicio una profesión lucrativa y redujeron por fin a arte los arrojos del valor y los ardides de la destreza. Arte capaz de recibir todavía mayor perfección si mereciese más aprecio o si no requiriese una especie de valor y sangre fría que rara vez se combinarán con el bajo interés.

Así corrió la suerte de este espectáculo, más o menos asistido o celebrado según su aparato y también según el gusto y genio de las provincias que lo adoptaron, sin que los mayores aplausos bastasen a librarle de alguna censura eclesiástica y menos de aquella con que la razón y la humanidad se reunieron para condenarle. Pero el clamor de sus censores, lejos de templar, irritó la afición de sus apasionados y parecía empeñarles más y más en sostenerle cuando el celo ilustrado del piadoso Carlos III le proscribió generalmente, con tanto consuelo de los buenos espíritus como sentimiento de los que juzgan de las cosas por meras apariencias.

Es por cierto muy digno de admiración que este punto se haya presentado a la discusión como un problema difícil de resolver. La lucha de toros no ha sido jamás una diversión ni cotidiana, ni muy frecuentada, ni de todos los pueblos de España, ni generalmente buscada y aplaudida. En muchas provincias no se conoció jamás, en otras se circunscribió a las capitales y donde quiera que fueron celebradas, lo fue solamente a largos períodos y concurriendo a verla el pueblo de las capitales y de tal cual aldea circunvecina. Se puede, por tanto, calcular que de todo el pueblo de España apenas la centésima parte habrá visto alguna vez este espectáculo. ¿Cómo, pues, se ha pretendido darle el título de diversión nacional?

Pero si tal quiere llamarse porque se conoce entre nosotros de muy antiguo, porque siempre se ha concurrido a ella y celebrado con grande aplauso, porque ya no se conserva en otro país alguno de la culta Europa, ¿quién podrá negar esta gloria a los españoles que la apetezcan? Sin embargo, creer que el arrojo y destreza de una docena de hombres criados desde su niñez en este oficio, familiarizados con sus riesgos y que al cabo perecen o salen estropeados de él, se puede presentar a la misma Europa como un argumento de valor y bizarría española, es un absurdo. Y sostener que en la proscripción de estas fiestas, que por otra parte puede producir grandes bienes políticos, hay el riesgo de que la nación sufra alguna pérdida real, ni en el orden moral ni en el civil, es ciertamente una ilusión, un delirio de la preocupación. Es, pues, claro que el gobierno ha prohibido justamente este espectáculo y que, cuando acabe de perfeccionar tan saludable designio, aboliendo las excepciones que aún se toleran, será muy acreedor a la estimación y a los elogios de los buenos y sensatos patricios.

Los toros y Rajoy

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La voluntá de Rajoy d'amparar les corrides de toros declarándoles un bien d'interés cultural paezme un despropósitu.

Ye verdá que na decisión del Parlament hai un daqué de voluntá de marca identitaria, que va más allá de la pura defensa los animales. Ye verdá tamién qu'hai munchu d'hipocresía en tolerando al tiempu otres formes de violencia contra los animales, como los correbous y otres. Pero, en cualquier casu, la pretensión del PP nun ye más qu'un espatuxu ensin xacíu. En primer llugar, porque sería invadir les competencies de les comunidaes autónomes; en segundu llugar, y lo más importante, porque los toros nun son, nin pa tolos ciudadanos, nin pa toles comunidaes, "un fiensu d'identidá nacional", nin siquier un entretenimientu medianamente seguíu.

Pero, finalmente, y dende'l puntu de vista del propiu interés del PP, camiento qu'a munchos de los sos votantes la propuesta de convertir los toros nuna especie d'esencia patria amparada pola llei paecera-yos una pura folklorada.

D'esi mou, si folklore patrióticu lo d'unos, más folklore patrióticu lo d'otros. Esto ye, casticismu identitariu fechu pasar por modernidá, nun casu, y por defensa de la llibertá n'otru.