Los devastadores datos expuestos por el informe Pisa de adultos realizado por la OCDE, según los cuales sólo uno de cada tres españoles sabe leer un texto largo o comparar ofertas hacen aún más relevantes las historias de éxito educativo que afloran en cada uno de los rincones del planeta.

Una  de ellas es la de la Young Women’s Leadership School (Escuela de Liderazgo Femenino) situada en el distrito neoyorquino de Brooklyn y dirigida por Talana Bradley desde 2008, que visitó ayer Madrid para explicar en una nueva edición de los Diálogos de Educación organizados por la COFAPA (Confederación de Padres de Alumnos) cómo ha conseguido que el 56% de las alumnas de la YYWLS alcancen la máxima calificación del Departamento de Educación de Nueva York y que todas ellas accedan a la universidad, en un país en el que sólo el 24% de los nacidos en zonas pobres gozan de educación superior.

Como explica Bardley a El Confidencial, sus alumnas tienen que afrontar tanto los problemas que afectan a todas las jóvenes de Occidente, como es “la presión de los medios de  comunicación en su imagen, que las empuja a reforzar los mismos estereotipos”, como otros añadidos, como son los problemas económicos de muchas de sus alumnas, que en algunos casos, “tienen que ser alimentadas en el colegio porque no tienen qué comer en casa”. El centro forma para de la Young Women’s Leadership’s Network, una iniciativa surgida para apoyar a las chicas en situaciones más desfavorecidas.

El objetivo final es que todas las alumnas lleguen a la universidad y disfruten de “una educación excelente”. Con el hándicap de haber abierto sus puertas en un distrito como Brooklyn, donde el 11% de la población se encuentra por debajo del umbral de la pobreza, un porcentaje que se eleva al 34% en el caso de las menores de 16 años. Como indica la directora, lo importante es “que tu código postal no determine tu futuro”.

La separación entre sexos, clave

Un milagro que parece aún mayor dado que la YMLS es una escuela pública, en la que la mayor parte de la inversión proviene del gobierno federal, si bien algunos programas concretos gozan de otro tipo de financiación. No obstante, Bradley recuerda que “el dinero es importante, pero no es lo único”. En ese sentido, el papel tanto de padres como docentes es vital; entre estos últimos, la mitad han accedido a su puesto tras estudiar magisterio, y la otra mitad son profesionales de otros ámbitos que acceden a la enseñanza a través de programas como el de Teachers of America.

En EEUU, si los resultados no son buenos, el centro cierra. Uno de los factores que diferencian el centro de otros de la zona es la separación por sexos, que en un principio no convencía a Bradley, hasta que apenas un par de horas después de su llegada al centro cayó enamorada “por la manera en que las alumnas se expresaban, la libertad que sentían, cómo hacían su trabajo”, especialmente en comparación con su formación como mujer en un centro mixto.

La ausencia de chicos no es, en opinión de la autora, una limitación en la formación de las jóvenes, sino una manera de sortear distracciones, y también de evitar que las chicas se plieguen a la consolidada y poderosa cultura masculina. Por eso en la escuela inciden especialmente en materias como matemáticas o ciencias, puesto que son aquellas en las que las mujeres tienen una menor presencia en el mercado laboral.