Bingo profesoral
Un ejemplo de cómo el hermoso oficio de
enseñar se convierte en un aborrecible pantano burocrático
Francisco
García Pérez Todos los personajes
de la presente historia son inventados. Pero si se asemejaran en tono o fondo o
forma a profesores reales durante una de las reuniones con las que, en esta
semana que corre, se les hace perder tiempo, humor y paciencia, y que la autoridad
(administrativa, por supuesto) estimula para que terminen por aborrecer oficio
tan hermoso como el de enseñar al convertirlo en pestilentes pantanos
burocráticos que favorecen el muy planeado y conveniente aborregamiento de los
alumnos; si así fuera, digo, no es fruto de la coincidencia. Comencemos, pues.
Érase una vez un aula de una escuela donde los equipos docentes (antes llamados
"profesores") se reúnen para repetir una vez más lo que ya han
repetido a compañeros de otras asignaturas, madres, padres y chavalería, al
departamento de orientación, al jefe de estudios, al director y al sursuncorda
si por allí pasase.
-Buenas tardes -saluda
el presidente de la sesión-. Voy a nombrar uno por uno a los alumnos a ver qué
me contáis.
-¿De qué curso estamos
hablando, por favor? -pregunta la de Química, surgiendo de entre una maraña de
papeles.
-De Primero. Empiezo:
Armando Muros. ¿Qué me decís?
-A mí me trabaja -se
oye una débil voz al fondo.
-A mí, no. Es un vago
como la copa de un pino -contradice el de Filosofía.
-Es que el pobre está
en una edad muy difícil -defiende la de Ciencias Sociales mientras cuenta los
días que le quedan para la jubilación-. Su situación familiar es un drama y lo
han visto en malas compañías.
-La madre me contó que
ya no sabe qué hacer -relata aquella.
-Hay que decirle que
se esfuerce un poco más -dice el otro.
-¿Os habéis fijado en
que llega a clase con los ojos rojos? -pregunta una profe.
-Claro, como vive en
un entorno tan difícil? -sostiene Pereira, el de Inglés.
-Pues yo no sé qué
nota ponerle -duda el de Educación Física.
-Conmigo se porta bien
-insiste la débil voz.
-Creo que los padres
acaban de divorciarse -informa la de Lengua.
-Podría hacer un poco
más -se escucha.
-Sí, podría sacar
mejor nota -se siente.
-Podría trabajar más
-se resume.
-Poder puede, pero es
que no quiere.
-Pues tonto no es.
-Aplica la ley del
mínimo esfuerzo
-Debería esforzarse
más
-Es buena persona
-Está enamorada, la
pobre
-¿No os falta mucho a
clase?
-Lo tendremos que
aprobar, ya lo veréis.
-Que nada, que es un
mueble en clase.
-¿De qué alumno
estamos hablando?
-Pero si no hace los
deberes.
-Pues pasará de curso,
seguro, os lo digo yo.
-Yo le puse un cinco
raspado, raspado.
-Normal. Se conforma
con ir tirando
-Su familia está
desestructurada. El estructurador que estructure su desestructuración buen
estructurador será -se entromete el de Matemáticas, que ha seguido un curso de
tres horas sobre la educación en Letonia.
-Tiene TDAH, ¿no?
-¿Que tiene qué?
-Trastorno por Déficit
de Atención e Hiperactividad -instruye el de Francés, que ha seguido un curso
de dos sesiones en el CPR.
-Pero ¿no era
disléxico?
-Tiene que cambiar de
actitud
-El jueves vino a
verme el novio de la madre: menudo poema.
-Bueno, pasemos a la
siguiente: Luisa Lamata -corta el presidente.
-A mí me trabaja.
-A mí, no. Es una vaga
como la copa de un pino.
-Es que la pobre está
en una edad muy difícil?
A partir de aquí, que
el lector de estas líneas vaya colocando las frases que mejor le parezca de
entre las ya mencionadas. Y que cante "¡Bingo!", como se pide en
internet, el primero que las complete. Así, hora tras hora. La autoridad
competente (el Poder, por supuesto) va destruyendo merced a tanto sinsentido
obligatorio la vocación de instruir y enseñar que un día anidó en los docentes.
Repetir para nada, reunirse para nada, papelear para nada. El caso es que la
burricie continúe: un borrego más, una mano de obra barata más. Monotonía de
lluvia tras los cristales.
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