Trescribo esti escritu sobre' casu (pocu o ningún) que dellos acedémicos faen de les normes ortográfiques de l'Academia de la Lengua Española. Ello vien a indicar a les clares lo relativo d'estes normes (de toles normes de toles academies) y lo discutible de les de la cabera reforma, qu'ensierten confusión na comunicación por un puru pruyimientu teóricu, que ye'l que guía los aspectos fundamentales de la última reforma ortográficu-acentual.
L'artículu asoleyóse n'El Confidencial del 15/01/13 (Insumisión ortográfica en la RAE).
El erudito Salvador Gutiérrez tenía razón: los consejos de la Academia en la nueva Gramática española, publicada hace casi tres años, no tienen predicamento. La prueba está en que ni siquiera sus académicos comulgan con las normas que ellos mismos han pactado antes de abandonar la costumbre de poner el acento gráfico en el adverbio “sólo” o en los pronombres demostrativos, como “éste”. Si acaban de leer con tilde es que este periódico ha hecho una excepción para explicarles la división en el órgano que vela por el idioma, porque la prensa y los libros de texto acatan órdenes y consejos de la Real Academia Española (RAE) hasta sus últimas consecuencias.
El incumplimiento no tiene falta ni penalización, porque no son artículos que figuren en las nuevas leyes como las “propuestas normativas”, es decir, están al margen de las normas que tratan de poner orden y precisión en este instrumento común que es la lengua. Pero no deja de ser paradójico que los mismos que dan consejos dentro de la gran casa de la palabra, una vez la abandonan los rechazan y mantienen fidelidad a su forma de ser -de escribir- anterior a 2010, cada vez que ofrecen una novedad a sus lectores.
Ni están fuera de la ley ni son académicos del mal ejemplo, simplemente se aferran a la autenticidad de su identidad. “El efecto de la escritura debe estar en lo que se escribe y no en cómo se escribe”, escribe Carlos Castilla del Pino en sus pensamientos póstumos titulados Aflorismos (Tusquets).
Es difícil saber si Salvador Gutiérrez se refería a su entorno más cercano cuando sintió un ataque de sinceridad ante las preguntas del periodista de la agencia EFE, pero de los académicos que le acompañan en las sesiones, y que han trabajado con la nueva Gramática en su escritorio, únicamente cuatro siguen la recomendación. El resto, 15, mantienen las tildes por todo lo alto. La RAE ha sido derrotada en casa.
Revuelta silenciosa
El venerable José Luis Sampedro, académico en el sillón “F”, trazó en el prólogo de Indignaos (Destino) -el best seller de no ficción de Stéphane Hessel- un panorama democrático desolador pero sin perder la esperanza de rebautizarlo, al tiempo que dejaba claros cuáles son sus accidentes gramaticales: “Esto es Europa, cuna de culturas. Sí, ése es el escenario y su decorado. Pero ¿de verdad estamos en una democracia? ¿De verdad bajo ese nombre gobiernan los pueblos de muchos países? […] La culpabilidad del sector financiero en esta gran crisis no sólo no ha conducido a ello; ni siquiera se ha planteado la supresión de mecanismos y operaciones de alto riesgo. No se eliminan los paraísos fiscales ni se acometen reformas importantes del sistema”.
Tampoco ha querido aceptar los consejos Javier Marías, sillón “R”, quien en la nota previa del libro de cuentos de reciente aparición, “Mala índole” (Alfaguara), asegura: “Sólo concibo escribir algo si me divierto, y sólo puedo divertirme si me intereso. No hace falta añadir que ninguno de estos relatos habría sido escrito sin que yo me interesara por ellos”.
Arturo Pérez Reverte no ha perdido ni una de sus tildes en su asiento “T”. En El tango de la guardia vieja (Alfaguara) vemos a su protagonista Max Costa abordar a una mujer que pasea sola a lo largo de la borda de un barco, cuando el académico se salta el consejo:
“- Fue agradable- dijo inesperadamente.
Max logró reducir su propio desconcierto a sólo un par de segundos.
- También para mí- respondió.
La mujer seguía mirándolo. Curiosidad, era tal vez la palabra”.
La revuelta silenciosa de los académicos continúa por Antonio Muñoz Molina, de quien leímos en La noche de los tiempos (Seix Barral): “No está bien que tú digas eso. Los militares y los falangistas se han levantado contra la República. Sólo porque tienen la ayuda de Mussolini y de Hitler no han sido derrotados todavía”. En las próximas semanas aparecerá Todo lo que era sólido, su nuevo libro, un ensayo en clave autobiográfica y explosiva como unas crónicas, con las que revisa los últimos treinta y siete años en España para entender por qué el país se hunde. El escritor recuerda y apunta: “Pero el pasado es otro país, como dice ese escritor británico, del que yo sólo conozco esa frase memorable, con su segunda parte: el pasado es otro país y allí las cosas se hacen de otra manera”.
Sólo en pruebas
Salvador Gutiérrez aclara que la decisión de aconsejar abandonar el uso de estas tildes se basó en criterios científicos. Lo que no explica es cómo es posible que éstos -lamento el arraigo a estas tildes- se incumplan por sus propios integrantes. Si son los usuarios los que marcan el hábito de la lengua y encuentran el modelo leyendo a los escritores en castellano más científicos -y más célebres- no es extraño que lo que podría haber llegado a ordenanza quedase en sugerencia.
Cuando el académico Francisco Rico (sillón “p”) publicó uno de los tratados más importantes sobre el Quijote (editorial Acantilado), no dudó en cómo debía comportarse. En el prefacio avisa de la actualidad perenne de la obra de Cervantes: “No sólo y a cada lector: cada tiempo tiene su “Quijote” y sus razones para que éste sea diverso del de otros tiempos”. De hecho, en las librerías hay tantos Quijotes distintos como normas lingüísticas se le apliquen.
A la mayoría de los insumisos, los correctores les aplican la rectificación de los adverbios y los pronombres demostrativos de manera inmediata. Luego, cuando los autores que se niegan a claudicar leen pruebas de su libro, aclaran que éstos deben ser restituidos en su versión final.
Otros académicos fieles a los amenazados acentos gráficos son Soledad Puértolas (“g”), en Mi amor en vano (Anagrama); Francisco Nieva (“J”), en la obra de teatro No sé cómo decirlo. Malditas sean Coronada y sus hijas (Huerga y Fierro); Luis Goytisolo (“C”), en El lago en las pupilas (Siruela); Carme Riera (“n”), gracias a Naturaleza muerta (Alfaguara); Luis Mateo Díez (“I”), en Fábulas del sentimiento (Alfaguara); Martín de Riquer (“H”), en el extraordinario Reportajes de la historia. Relatos de testigos directos sobre hechos ocurridos en 26 siglos (Acantilado); o el filólogo Francisco Rodríguez Adrados (“d”), con Nueva historia de la democracia (Ariel), del que queremos recoger este avance tan ilustrativo de nuestros días: “Y la democracia siempre fue y es problemática; es un compromiso siempre en crisis, fruto de un acuerdo delicado, siempre amenazado por desviaciones, pero muchas veces lo es sólo de nombre; está expuesta a cambios y riesgos mil”.
Los dos poetas Pere Gimferrer (“O”) y Francisco Brines (“X”) siguen siendo dueños de sus propias reglas. En Rapsodia (Seix Barral), Gimferrer anota una extravagante declamación: “El viento sólo sabe sostenerse/ en las pañolerías del azul/ quiebros y tientos dicen el topacio/ con que tus ojos ven las alabardas/ de la tarde vencida por la propia puerta/ del sol vendimiador de tanta luz”.
Por su parte, Brines en Aún no (Bartleby) dedica un poema a “Las noches del abandono”: “Hace tiempo que callo,/ y son tristes las noches de nuestra juventud,/ y el alba llega muerta./ Rodeado de frío vuelvo a la hostil ciudad,/ y el clandestino amor me despide furtivo/ desde las rotas sombras de los descampados,/ y el día se alza lívido/ como si sólo un muerto lo hubiera de habitar./ Con el recuerdo sólo de tu vida, porque fuiste mi vida,/ qué abandonado estoy/ ¿y a quién le contaré lo que ahora siento?”. Pero en esta pelea importa el cómo más que el qué o a quién.
Abajo el criterio
El premio Nobel Mario Vargas Llosa (“L”), en su ensayo La civilización del espectáculo (Alfaguara) se muestra horrorizado por lo que lee en la sección de cultura de su periódico habitual. Cree que esas noticias son el final de la cultura tal y como entiende. “El hecho es tanto más sorprendente cuanto que la cultura, en el sentido que tradicionalmente se ha dado a ese vocablo, está en nuestros días a punto de desaparecer. Y acaso haya desaparecido ya, discretamente vaciada de su contenido y éste reemplazado por otro, que desnaturaliza el que tuvo”.
Frente a este batallón de académicos contra los indicaciones a avanzar hacia otra manera de componer la comunidad de la lengua, se encuentran José María Merino (El río del Edén, Alfaguara), Álvaro Pombo (El temblor del héroe, premio Nadal, Destino), Emilio Lledó (La filosofía hoy, RBA) y, claro está, Víctor García de la Concha, director de la RAE cuando se aprobó la nueva Gramática, que en Cinco novelas en clave simbólica (Alfaguara).
Entre los dos mundos, el que escribe con leyes de antes y el de las normas de hoy, está Ana María Matute. La académica del sillón “K”, en el prólogo de sus cuentos completos, publicados por Destino y titulados La puerta de la luna, se muestra creyente en la nueva Gramática de la RAE al explicar lo que para ella es un cuento: “He llegado a creer que solamente existen media docena de cuentos. Pero los cuentos son viajeros impenitentes. Las alas de los cuentos van más allá y más rápido de lo que lógicamente pueda creerse”.
Pero la gran Matute no fue así siempre, antes tenía tildes. La misma edición que acaba con ellos en el prólogo, decide brindarles respeto en las tripas. En su primer e inquietante libro Los niños tontos (1956), podemos leer en una parte de La sed y el niño: “El niño se volvió ceniza. Sólo era un montoncito de sed. El viento lo esparció, lejos. ¡Quién sabe adónde lo llevará!”. ¿A cuál de las dos Ana María Matute debemos seguir, a la de antes o a la de ahora? Aunque ella quiere, su obra se resiste.
¿De quién hay que recoger el consejo si los mismos que difieren en una parte coinciden en otra? Si el lenguaje es actuación y mutación, los amantes de los acentos gráficos tienen la revolución perdida.
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