Existe un cierto escándalo, sorpresa o extrañeza por el apoyo que el PSE-PSOE viene prestando a Bildu en diversos ayuntamientos y diputaciones de Euskadi. Es más, recientemente la ponencia política de los socialistas alaveses defiende esos acuerdos y el progresivo acercamiento y entendimiento con los "progresistas" (Bildu) (los socialistas alaveses con Bildu), frente a "pactos indebidos con la derecha".
A nadie le debería extrañar o sorprender. Desde hace mucho tiempo, vengo manifestando que para una parte importante de los socialistas de toda España eran más próximos a ellos los de Herri Batasuna que los del PP (estos les son, más bien, repugnantes) y que, salvado el transitorio obstáculo de ETA, la aproximación con Herri Batasuna (hoy Bildu, fundamentalmente) caminaría de por sí. Es más sostuve en su día que el proceso negociador fracasado con ETA en la etapa Zapatero tenía como objetivo estratégico la consecución de una mayoría "progresista" (dicen ellos) en Euskadi, que arrancase el poder de las manos de la derecha (PNV, PP).
Les transcribo aquí un artículo del 23/03/2008 donde lo manifiesto, como lo había manifestado ya reiteradas veces.
Por cierto, y con respecto al futuro: si el PSOE se empeña en aliarse con el mundo de Herri Batasuna, o Bildo, o la "izquierda abertzale" (llámenlo ustedes como dependa de dónde estén ustedes situados), SE LOS COMERÁN POR LAS PATAS. Claro que, ¡allá ellos!
Por cierto, si ustedes llegan al final del artículo, en el que se hace referencia al concejal socialista Isaías Carrasco asesinado por ETA, recuerden que en la capilla ardiente del concejal, Patxi López -sí, sí, el ahora exlehendakari- se enfrentó a Mariano Rajoy y la mayoría de los socialistas presentes, incluida la familia del asesinado, manifestaron su malestar (es la versión de lo ocurrido menos partidaria) por la presencia de Rajoy y miembros del PP de Euskadi allí.
Txarli Prieto. Foto de Europa Press |
EUSKADI: MIRAR DE FRENTE AL MAL Y
VERLO SIN ENGAÑO (23/03/2008)
Huir el rostro al claro desengaño / beber
veneno por licor süave
El
viernes 7 de marzo, el día del asesinato de Isaías Carrasco, hacia las diez y
media de la noche un reportero de Onda Cero se acercaba a una de las personas
que abandonaban la capilla ardiente y, en su intento de interrogatorio, provocó
uno de los testimonios más elocuentes y más dramáticos de lo que es hoy la
realidad de Euskadi. En efecto, durante algo más de cinco minutos el
interrogado se movió entre la Scila de su renuncia a hablar por miedo a lo que
le pudiese pasar a él y su familia y la Caribdis de sus obligaciones para con
el muerto, conmilitón suyo. Al final, y poco a poco, como si le fuesen
arrancando las entrañas con cada uno de los datos identificatorios que ante el
micrófono iba emitiendo, confesó su filiación socialista, su estado de casado y
con hijos, su condición de edil de Zarauz y, ya muy al final, su nombre. Dicho
éste, reclamó comprensión por su «prudencia» y nos dijo, para que lo
entendiésemos bien, que uno de los prebostes del bando de los terroristas,
Joseba Permach, se le acercaba de vez en cuando para reírse de él por su miedo
y por tener que andar con escolta. Las palabras finales del ya no anónimo
concejal socialista tuvieron un carácter patético que aumentó nuestra
conmiseración hacia él: mostró su ánimo a la familia de Carrasco, se jactó de
que, pese a todo, no tenían miedo a ETA y sus compinches, presumió de que
resistirían y de que nunca los vencerían.
Este
panorama de una sociedad amedrentada aun en los más valientes (como este edil
de Zarauz), acosada en el día a día y con los criminales y sus cómplices
ocupando calles, plazas e instituciones, donde campan impunes y a sus anchas, con
jactancia de su poder y desprecio absoluto hacia las víctimas, no es una
novedad para quien quiera verla. Se ha ejemplarizado en el caso de Pilar Elías,
en Azkoitia, que ha de convivir con los asesinos de su marido en actitud
retadora diaria. Lo han visto quienes han tenido la ocasión de contemplar
algunos reportajes televisivos en que se entrevistaba a sujetos del entorno
batasuno: lo que caracteriza a la mayoría de las personas de ese mundo es una
absoluta falta de empatía para con el dolor de los demás, el entendimiento de
la muerte ajena como un acto de justicia, la insensibilidad más absoluta hacia
el padecimiento; todo ello, además —muertes, dolor, padecimiento—, contemplado
como un aséptico sumando de una cuenta que acabará produciendo réditos cuanto
más se amplíe y explicado mediante un discurso que justifica el exterminio como
una mera cuestión política (es decir, externa a los individuos y, por tanto,
independiente de ellos) y cualquier violencia como una mera devolución de las
otras muchas que el pueblo vasco habría padecido. En una palabra, con quienes
se trata no es con sujetos ordinarios, sino con profesionales del
encanallamiento, la insensibilidad y el pragmatismo más egotista. Fiar en ellos
como congéneres humanos es como poner la confianza en la Gran Ramera de
Babilonia. Esto es, ellos no son como nosotros, ni en sentimientos ni en valores.
No entenderlo así imposibilita cualquier solución al problema y cualquier
«negociación».
Y,
sin embargo, esa evidencia no se quiere ver por muchos o se ve solo en los
momentos en que los crímenes están recientes, y luego, a los pocos meses, se
olvida. Las razones son varias. Una de ellas es general: la sociedad
contemporánea se niega a considerar la existencia del mal absoluto, con la sola
excepción del nazismo (pero no se quiere ver esa cualidad en su parejo, el
comunismo). Por otro lado, funciona como agregado emocional de autocomplacencia
un principio que se podría enunciar en esta máxima: «olvídate de la víctima,
sobre todo si ya ha desaparecido, ten tu solidaridad y tu voluntad de perdón
para con el infractor», porque, en el fondo, suponemos, algo habrá provocado la
inhumanidad del delincuente, de cuya condición él no será enteramente
responsable. Si a ello le añadimos el miedo al riesgo —del que queremos
alejarnos sin saber muy bien el costo implícito que para nosotros tenga o aun
el que conlleva de forma patente para otros— y el «síndrome de Estocolmo» entre
los afectados o amenazados por el crimen, entenderemos por qué existe tal
prurito para querer llegar a acuerdos con el enemigo y por qué nos negamos a
ver a éste en su verdadera inhumanidad y crueldad.
Pero
no es tan difícil. Lo han visto así muchas gentes del partido socialista y de
su ámbito, que han huído del PSOE por su política para con el mundo de ETA, o
que no han huido pero la critican espantados a diario, o que, horrorizados, callan
y siguen en él por ese inexplicable patriotismo de partido que tan bien
ejemplarizó en su día Fernando de los Ríos ante Azaña. Lo han visto, por
ejemplo, Redondo, Pagazaurtundúa, Rosa Díez, Teo Uriarte, Gotzone Mora,
Savater, los Múgica, Buesa y un largo etcétera. Ellos saben muy bien que el
problema real de la lucha contra el monstruo no es que deje de haber muertos,
sino que empiece a haber libertad, porque, sin libertad, no habrá paz; y que,
por tanto, para que exista libertad en Euskadi, la Bestia no puede volver
vencedora a sus casas, debe hacerlo derrotada, aunque después de establecida
esa situación de derrota se pueda ser clemente con los derrotados. Porque si el
fracaso del bando de los asesinos no se patentiza como un descalabro histórico,
si vuelven a sus calles y pueblos con su organización y su prestigio sociales
intactos, la imposición no cesará, aunque aparentemente las pistolas no estén
presentes. Es más, es posible que una hipotética situación de acuerdo o pseudo
paz sin derrota no sirviese más que para el asentamiento de una plataforma de
poder desde la que establecer nuevos objetivos: sobre otras partes de España,
sobre Francia, sobre la propia sociedad vasca, en todo caso.
Pero
las dificultades para que la izquierda enfrente de un modo adecuado (es decir,
de un modo no ilusorio o de falsa conciencia) el problema no se limitan a las
que hemos señalado, existen otras que radican en lo más profundo de lo que es
la emocionalidad constitutiva de ese bloque político-social. La no menor de ellas
es su capacidad para fingir sobre el mundo, es decir, para crear sobre él un
discurso que —no siendo más que eso, o, a lo sumo, una tentativa de
aproximación, como toda teorización— se presenta como una descripción objetiva
de evidencia apodíctica, y su disposición para, después de haber fingido tal
discurso, creer a pies juntillas en él y actuar en consecuencia. ¿Recuerdan,
por ejemplo, cómo se constituyó en fe el decir que las reacciones de
determinados partidos nacionalistas se debían a la falta de diálogo de Aznar?
¿Han anotado ustedes una sola corrección de esa visión cuando la realidad ha
demostrado que el comportamiento y los objetivos de esos partidos seguían
siendo los mismos con Zapatero? ¿No recuerdan haber visto y oído miles de veces
a sesudos analistas y políticos asegurarnos que ETA, después del atentado de
Atocha, ya no podría volver a matar porque sabían de sobra que la sociedad no
lo toleraría de ninguna manera? ¿Lo recuerdan? No hace falta ir muy lejos para
tener testimonios de ello. Y lo peor es que, llevados de esa ficción argumental
y del deseo de que la realidad fuese como sus sueños, muchos socialistas de
Euskadi, en una actitud entre militante e infantil, llegaron a creerse los
discursos y dejaron los escoltas, como el propio Isaías Carrasco o, en otro
momento anterior, nuestro Juan Priede, de Vallemoru.
Hay
otra cuestión aún más notable y que tiene una enorme gravedad moral y política:
y es que una parte muy importante de los militantes de izquierdas se siente más
cerca del mundo de Herri Batasuna que del Partido Popular (o de la derecha,
simplemente). Entienden que, a fin de cuentas, esa gente es de izquierdas como
ellos, se enmarca, en metáfora taxonómica, en su mismo género o especie; mientras que el PP
y la derecha pertenecerían a otro mundo, no solo distinto, sino, siempre,
abominable. Es esa una emocionalidad que cruzaba ya el ámbito de la izquierda
en la segunda república y que, en alguna medida, tras un cierto amortiguamiento
en los años ochenta, ha ido creciendo en los últimos tiempos. Y ese veneno no
es solo teórico o discursivo. Pudieron ustedes verlo traslucirse en el rechazo
de la hija y la familia del asesinado Isaías Carrasco a recibir el pésame de
los dirigentes del PP.
Traducido a
términos reales, simpatizan más, ven como más «natural», el llegar a acuerdos
con los batasunos (de su misma especie, aunque temporalmente desviados o
errados, pero convertibles) que con la derecha. Si a ello, además, se suma,
como se sumó estos años atrás, la tentación de establecer una futura alianza
con la nueva izquierda euskalduna, una vez pasada por el Jordán del llamado «proceso
de paz», completarán ustedes el panorama.
Así,
pues, la resolución del problema vasco reside no solo en el encanallamiento
mafioso de un bloque muy importante de su sociedad, sino en la falta de
capacidad de una parte de la izquierda para aceptar la realidad de Euskadi tal
como es, en su entero horror, y en la compleja urdimbre de emociones y valores
que les hace preferible compartir territorio con lo que ellos entienden
izquierda (pese a la ausencia de demócratas en una parte importante de ese
territorio) a hacerlo con los demócratas, por los prejuicios irracionales que
sobre la derecha tienen (y que ellos y sus medios de comunicación se encargan
de alimentar y engrandecer hora tras hora).
Respecto
al futuro, es seguro que va a volver a haber negociaciones con ETA, que,
inevitablemente, volverán a ser en términos semejantes a los de la última vez.
No hay más que acudir a las palabras de don José Luis Rodríguez Zapatero ante
el Comité Federal del PSOE para comprobarlo.
1 comentario:
Hace años había un precioso libro sobre flora autóctona asturiana, ¿existe aún?
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