Hace
muchos años que vengo diciendo que en España se legisla con las témporas (una
forma pudorosa e indirecta de señalar), por muchas razones. Tiempo ha también
que apunto las escasas fuentes que en muchas ocasiones tiene el impulso
legislativo, a veces la pura manía de un funcionario, el influjo de una tesis
coyuntural, el congreso de un grupo de teóricos expertos.
Pero
antes de ver algún caso reciente, hagamos una previsión de futuro: pongamos el
foco en el discurso de doña Carmen Sanjurjo, directora del Instituto Asturiano
de la Mujer. Recordarán ustedes que hace pocas semanas se produjo una tragedia
en Piedras Blancas. Un hombre de 86 años se suicidó tras matar a su mujer, una
anciana, como él, que llevaba siete años postrada en la cama con alzhéimer. ¿Qué
ve ahí cualquier ciudadano «normal», es decir, no condicionado? Pues lo que ha
visto el señor Rubalcaba, «una tragedia familiar». Y seguramente una realidad muy
compleja donde se enmadejan desesperación, impotencia, amor (solo quién no ha
madurado no sabe cuántas manifestaciones «es» la cáritas o amor), soledad,
piedad. Y, si elevamos el discurso hacia la abstracción, cuestiones como el
suicidio o la eutanasia, de tan largo abolengo en la discusión filosófica y
ética. Pero para doña Carmen es sencillo, «violencia de género (¡qué horror de
jerga!)»: «Siempre que un hombre mata a una mujer es violencia de género».
Como
tantas personas del campo de la política, del sindicalismo, del gremialismo, la
visión del mundo de doña Carmen en su ámbito de actuación se produce a través
de una rendija de un centímetro cuadrado y bajo una lentilla coloreada por su
prejuicio. Parmenidea y no heraclitea, monista y no dialéctica, su verdad es
homogénea, inmóvil y perfecta. ¿Cómo, bajo esas premisas, saldrán las leyes para
las cuales aconseje o que impulse en el futuro?
Pero
pasemos de los futuribles al presente. El Gobierno prepara una nueva ley sobre
sustancias nocivas para la salud. Inmediatamente salta el escándalo: la nueva
norma no permitirá fumar bajo las marquesinas ni al pie de los centros de
trabajo si los trabajadores no se mojan (es decir, si tienen un alero bajo el
que cobijarse). De la misma manera, la ley perseguirá las decisiones de los
novios respecto a invitar a barra libre en los festejos de su himeneo. ¿Quién
redacta esa norma, más restrictiva que la general española? Pues, en principio,
podemos calcular que alguien en la onda de doña Carmen, a quien podemos
suponer, sobre parmenideo, aquejado del «síndrome del nuevo presidente del
portal», que se caracteriza porque el recién llegado pone en marcha aquellas
innovaciones que llevaba revolviendo en su mente mucho tiempo (unos nuevos
apliques, el cambio del azulejado…). Es una versión del «os vais a enterar»,
una forma más del eterno arbitrismo.
Ahora
bien, lo esencial no es la génesis, sino la gestión. Esos aspectos han sido
desmentidos inmediatamente por otros ministros del Gobierno. «No queremos decir
eso», han afirmado. Pero, si es así, ¿nadie ha mirado el proyecto legislativo?
Si lo han hecho, ¿no han reparado en ello y sus consecuencias? Si han reparado,
¿no lo han subsanado? Con las témporas.
Otro
ejemplo reciente, la legislación xixonesa sobre el consumo de bebidas
alcohólicas. De pronto el texto sale al mundo y, como don Quijote, encuentra
que el mundo no se ajusta ya no a sus prejuicios, sino a la estrecha ranura por
la que los redactores contemplan la realidad y a su desconocimiento de esta.
Porque, ¡oh sorpresa!, en la realidad no solo hay jóvenes ingiriendo bebida de
los supermercados y alborotando, sino adultos y mozos libando sidra —y, tal
vez, asimismo alborotando—. Y, por tanto, la voluntad estrella su hocico contra
un artefacto con el que no contaba. Y ahora, la pregunta: la tramitación de esa
normativa ha llevado más de un año de vueltas y discusiones, ¿ningún cerebro u
ojo ha visto en todo ese trayecto que lo redactado entraba en conflicto con la
realidad cultural de nuestra bebida nacional y nuestra forma de consumirla?
¿Nadie? ¿Ni siquiera el ilustre concejal autor de La Capitana? Pues, ¡en fin!
En
todas partes cuecen fabes, no crean ustedes. No ha pasado un año desde la
reforma de la legislación laboral, y aquellas normas pensadas para facilitar el
despido no funcionan con respecto a ese fin, de modo que hay que reformarlas. Y
es que los redactores —un montón de sabios asesores, externos e internos, un
Gobierno, 185 diputados— no sabían muy bien ni cómo era el mundo (ese peculiar
mundo de los jueces de lo laboral, por ejemplo) ni qué designaban exactamente
con respecto a la realidad las letras que juntaban en sílabas, primero, luego
en palabras, oraciones y párrafos. ¡Con la témporas!
Bueno,
con las témporas es con algo. Tal vez ni con eso.
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