Primer éxito de don Javier Fernández


No se preocupen, esta vez no dará la lata. Me refiero, claro está, a mi trasgu particular, Abrilgüeyu. Me he abalanzado sobre él nada más verlo en el ordenador, lo he encerrado en mi puño, le he tapado la boca con cinta aislante y lo he sentado, amarrado, a un lado de la mesa. De vez en cuando le echo una mirada y advierto con espanto los lemas que hoy luce a cada lado de su montera: a la izquierda, «8 de septiembre, día de la nación»; a la derecha, «No más España: más Asturies». Él, por su parte, me contempla con tanta ira como el Presidente del Gobierno cuando le hacen preguntas impertinentes (es decir, cualquier pregunta) en las ruedas de prensa.

Y entro ya en materia, para contarles el primer éxito de don Javier Fernández, quien pretende ser nuevo Presidente representando al PSOE. Recordarán ustedes que, doblada la primera mitad del mes pasado, la FSA hizo correr la voz de que el Gobierno central, convencido por la demanda de don Javier ante La Moncloa de no paralizar la Autovía del Cantábrico, iba a reconsiderar las dotaciones para infrastructuras. De inmediato se hizo saber que don José Blanco iba a disponer de 500 millones para la citada infraestructura y otras obras. Finalmente —y tras un oscuro episodio en que las grandes constructoras dejaron plantado a Zapatero, por negarse aquellas a seguir participando en toda esta comedia—, se supo que el conjunto de millones adicionales sería de 700. Naturalmente («naturalmente» quiere decir «tal como es la realidad del poder», no según las engañiflas y propaganda del PSOE y la FSA), la mayor parte de esos presuntos millones adicionales fueron para Cataluña y Andalucía; para Asturies sólo 10 millones, la calderilla, sin que se concretasen a qué tramos concretos irían ni en qué plazos, es decir, «fumu y ruidu pa engañar bobos». He ahí, pues, desnudo en su inanidad, el primer éxito político del que aspira a ser futuro Presidente de los asturianos. No hará falta aclarar tampoco, que, tras esa burla, las protestas o reclamaciones de don Javier Fernández y la FSA fueron inexistentes. En eso nadie echará de menos a don Vicente Alberto, si algún día llega a sustituirlo el señor Fernández. Idénticos el uno al otro: sumisión total a los dictados de sus jefes madrileños, nula defensa de los intereses asturianos.

Cruzo una mirada con mi enfurecido Abrilgüeyu (no ha podido liberarse aún de la mordaza) y nos entendemos sin palabras. Asiento, efectivamente, a lo que mi trasgu particular me transmite por señas y lo transcribo: la actitud de don Javier y del PSOE asturiano ha de complementarse con el recordatorio de que ambos corrieron a aplaudir y apoyar el estatuto catalán y el andaluz, en virtud de los cuales se adquirieron compromisos con esas comunidades que hoy se hacen efectivos y que discriminan a los asturianos. Esto es, con los votos a un partido centralista se han agravado las diferencias entre comunidades autónomas. Por lo que expresan sus pupilas, Abrilgüeyu desearía que yo echase más sal en esa llaga, pero no le voy a hacer caso, que no hace falta repetirle al lector inteligente las mismas cosas todos los días.

No puedo evitar, sin embargo, el que, por no sé qué arte de birlibirloque, Abrilgüeyu haga que se me abra una página web, donde leo: «Diez de los 28 ex presos políticos cubanos llegados a España han denunciado ser «víctimas» del «optimismo enfermizo» del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero y del PSOE, a los que han acusado de responder a «intereses que no son los de los cubanos». «¡Dios mío!», pienso, «¿Llevan tan poco en España y ya han visto con claridad lo que tantos millones de españoles son incapaces de ver?».

Abrilgüeyu aprovecha mi desconcierto y acaba de desatarse. Sin que pueda impedirlo, se pone a escribir frenéticamente: «¿Has visto que Raúl Castro ha empleado con ambas, con Leire Pajín y con Elena Valenciano, dos horas y media? ¿Tomaste nota del arrobamiento con que lo escuchaban? ¡Dos horas y media! O la senilidad es tanta que el dictadorín tiene enormes dificultades para vaciar por completo la bolsa de su discurso o es que es tanto el placer que procura con su conversación que sus interlocutoras le han pedido reiteradamente más».

Boquiabierto por unos instantes, me dispongo a censurar sus palabras.

—¡Eh, no pienses mal! ¬—me dice—. Lo único que quiero decir con ello es que la dictadura está en decadencia. El dictadorón (aún vivo y discurseante, por cierto) encantaba durante ocho horas y más, y no sólo a damas, como a alguna alta dignataria asturiana. También recios varones, como Fraga o Gabino de Lorenzo, fueron seducidos todo ese lapso de tiempo por el verbo circeico del Castro mayor. Y todos salían encantados, extasiados, en ilapso, ellas y ellos.

—¿Y a qué crees que se debe? —le pregunto, ya más satisfecho ahora, una vez cumplido el protocolo de la igualdad entre varones y hembras, digo, de género.

—Pues a tres cosas, queridín. La primera a un cierto papanatismo aldeano, que nos hace sentirse importantes con los importantes. La segunda, a la oscura tentación del reino de Morgoth/Saurón, que a tantos acapia. La tercera, ¿qué te voy a contar?, el sueño arbistrista de ser califa en lugar del califa para, así, poder enderezar el mundo y orientarlo en la dirección correcta.


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