La política como metáfora de sí misma

fumu
¿Miras este gigante corpulento
que con soberbia y gravedad camina?
Pues por de dentro es trapos y fajina,
y un ganapán le sirve de cimiento.

Algunos teólogos y místicos sostienen que la realidad no es más que una apariencia y que la verdadera realidad se nos cela tras ella. Ahora bien, ella misma o un Dios providente nos permitirían alcanzar esa velada realidad radical a través de algunas señales que la apariencia contiene, las cuales, oportunamente desentrañadas mediante una interpretación analógica o metafórica, serían capaces de traducirnos o desvelarnos el significado oculto de las cosas o su transexistencia plena.


En 1782, el francés Masson de Morvilliers planteó una pregunta: «Después de varios siglos -decía-, ¿qué debe Europa a España?» Y la respuesta, que hizo correr ríos de tinta, era que prácticamente nada. Podríamos realizar la misma pregunta nosotros: «Después de treinta años casi ininterrumpidos del PSOE en el Gobierno de Asturies y en sus principales ciudades, ¿qué debe Asturies, que deben los asturianos al PSOE (y a sus palafreneros habituales de IU)? La respuesta es, por desgracia, muy similar a la de Masson.

Es cierto que los socialistas han realizado la reconversión del acero (también lo han hecho, por cierto, en el País Vasco) y que en la gestión de la jibarización minera han obtenido ventajas importantísimas para varios miles de personas (quizás a costa de los intereses y el empleo del común de los asturianos), pero, pese a la ingente cantidad de recursos que aquí se han invertido, provenientes del Estado y de Europa, nuestra realidad económica y social ofrece un balance muy negativo. Nuestra natalidad presenta una de las cifras más alarmantes de Europa, lo cual obviamente tiene que ver, en parte, con la economía y las expectativas de futuro. No somos capaces de bajar de los 50.000 parados y rondamos ahora los 73.000; nuestra tasa de actividad es muy baja, especialmente en lo que se refiere a mujeres y jóvenes, que han de emigrar en número notable a fin de ganar un sueldo o encontrar un trabajo que satisfaga su proyecto vital. El número de empleos es actualmente de 388.836, cuando los expertos entienden que nos harían falta en torno a 500.000 para tener unas cifras de paro asumibles.

En el campo de las comunicaciones viarias, la Autovía del Cantábrico lleva veinte años realizándose y aún no se sabe cuándo se terminará; del AVE desconocemos término y trazado; la línea férrea hacia Occidente y Oriente es claramente inaceptable; los servicios aéreos son bastante deficientes; la AS1, la Autovía Minera, no ha concluido sus enlaces, que esperan desde el 2002; las cuantiosas inversiones en El Musel no han captado nuevos tráficos y es dudoso que tengan rentabilidad en el futuro.

Podríamos seguir, por ejemplo, señalando el despilfarro del dinero al multiplicar caprichosamente las inversiones para un ámbito determinado, como las comunicaciones con les Cuenques; al eternizar la finalización de las obras, como las del Hospital; al aumentar sus costes disparatadamente, pero vengamos al ámbito de la cultura. En ella alternan las decisiones caprichosas y llenas de prejuicios con el abandono de esa joya de la Humanidad que son los monumentos del arte asturiano; el gasto en programas vanguardistas de escaso público y dudosa estética convive con la progresiva pérdida del patrimonio etnográfico que son los hórreos, y eso ya por no hablar del desdén hacia la lengua asturiana.

Es posible que muchos asturianos no tengan esa visión negativa de estas tres décadas de gestión socialista, ya por desconocimiento de los datos, ya por su fe (es sabido que la fe consiste en «no creer lo que vemos en virtud de lo que creemos que hay que ver»). Pero, por fortuna, y tal vez no con esa consciente voluntad, las fuerzas mayoritarias y el Gobierno han puesto en marcha este verano tres programas propagandísticos que pueden ayudar a desvelar con meridiana claridad los verdaderos realidad y significado de su política: visitas públicas al Museo de Arte Rupestre de Tito Bustillo, donde no hay ningún contenido; paseos por el habitáculo del Niemeyer, el espacio vacío de un museo que nadie sabe con exactitud qué va a contener o a qué se va a dedicar en el futuro; inspecciones oculares de las paredes del Hospital Central, en cuyo interior, pese a la cantidad de años en que se viene haciendo propaganda del mismo, no se alberga aún ni una cama ni un enfermo.

Magníficas iniciativas, pues, que, por la vía analógica o metafórica, nos hacen meridiano lo que podía estar oculto, nos patentizan lo que tal vez por su apariencia nos podía confundir: el contenido cero, la inanidad de la gestión socialista (con el apoyo de sus habituales palafreneros de IU); su tesón indesmayable en el i+d+i (ineptitud, despilfarro, ineficacia); la pura vacuidad de su propaganda y gesto grandilocuentes, sus, como diría Quevedo en el poema que encabeza este artículo, «fantásticas escorias eminentes».

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