Publico aquí una serie de artículos con los que en años anteriores predije la crisis, analice sus causas o propuse soluciones. Releerlos nos ayuda a entender el fondo de nuestros problemas, a ver lo que aún no hemos solucionado (las causas estructurales de nuestra economía) y a intuir el camino que hemos de recorrer.
Por otro lado, los datos y las informaciones nos permiten salir del presente y recordar lo que sucedía solo hace tres, cuatro cinco años.
LA RECESIÓN: UNA TARTA DE TRES PISOS
(21/11/08)
La
inestabilidad en el sistema financiero mundial (que, En España, no es
enteramente importada: también nuestros bancos han estado comiéndose el futuro
y subiendo envites al modo en que se suben en el juego de dados llamado «el
mentirosu») concluirá cuando se alcance el límite marginal de la desconfianza.
Entonces, el sistema se volverá por un tiempo más cauto y las exigencias para
la concesión de créditos serán mayores, esto es, no dispondremos de un dinero
tan fácil y abundante como el que permitió el crecimiento exponencial de la
economía mundial durante más de dos lustros. Todo ello, evidentemente,
condicionará la actuación de las empresas y limitará fuertemente el
desenvolvimiento económico.
Pero
en el momento en que se produzca ese arranque de la nueva situación, España deberá enfrentarse a los problemas que
desde hace décadas presenta su economía productiva: una «pésima» estructura del
PIB, basado fundamentalmente en el turismo, la construcción y el endeudamiento
de las familias y las empresas (que, además, exige un notable recurso a la
financiación exterior); nuestra baja productividad; el déficit por cuenta
corriente (el mayor del mundo en términos absolutos, después de EEUU); la alta
dependencia de la energía exterior (hasta el 80% del total) con los costos que
ello supone; el permanente diferencial de nuestra inflación, que restringe
progresivamente nuestra competitividad; el limitado número de actividades
industriales en que estamos a la cabeza de la tecnología. A ello podríamos
añadir otra serie de diferencias negativas con respecto a nuestros
competidores, desde las relativas a la enseñanza a aquellas que afectan al
mundo del trabajo o el gasto público. Todo lo cual hace más difícil que las
empresas crezcan, que exporten, que sustituyan los bienes de consumo importados
por otros propios; en una palabra, que la economía se desarrolle notablemente y
cree empleo. No es necesario decir que, sin esa base, no puede haber políticas
sociales mantenibles ni inversión pública sostenida.
Pero
Asturies, a su vez, tiene sus problemas peculiares, también inveterados, como
los del conjunto de España. Durante décadas el Estado y Europa han venido
invirtiendo en nuestro país cantidades ingentes de dinero que, en general, se
han desaprovechado: nuestra economía no despega ni siquiera en los períodos de
ultrabonanza generalizada; nuestros jóvenes han de emigrar en cantidades
notables, no sólo los titulados, sino los que pretenden empleos para los que no
se exigen estudios superiores; la incorporación de la mujer al trabajo es diez
puntos más baja de lo que es en España, ya baja con respecto a Europa; salvo
las industrias básicas, nuestra capacidad exportadora es escasa y el tamaño de
las empresas, pequeño; la capacidad de innovación tecnológica, minúscula.
Además, aquí los problemas se eternizan (por ejemplo, las líneas de alta tensión
de la energía eléctrica llevan ya casi veinte años paralizadas) y, lo que es
más grave, la irresponsabilidad parece ser la característica más común de la
administración y los partidos políticos: así, son los mismos los que impulsan
dichas líneas de alta tensión y los que las paralizan. En otros casos, como en
la gravísima e inminente cuestión de Cogersa, se evita enfrentarse a los
problemas con tal de garantizar el bienestar y el sillón de las organizaciones
políticas gobernantes. Actuaciones elementales, como la de la disposición de
suelo industrial abundante, barato y bien comunicado, tardan lustros en
concebirse y décadas en ejecutarse. Además, en general, nuestras clases
dirigentes, más retardatarias aún que la sociedad, han preferido, en el ámbito
económico, ciar para mantenerse lo más cerca posible del pasado, antes que
bogar hacia el futuro.
De
modo que nuestra crisis, que ha dado en recesión y probablemente incurrirá en
depresión, es una tarta de tres pisos de la que nosotros somos responsables por
entero de dos de ellos (con sus peculiares paladares y texturas) y de parte del
tercero.
¿Y
ahora que se va a ir Jorgito (Bush) a quién echarán la culpa estos fenómenos?
Acabarán
pidiendo su vuelta para tener aquello que, a partir del Levítico, se llama «el chivo expiatorio», que es lo mismo que los
griegos, bajo otra figuración, apodaban «fármacos».
Claro
que a la realidad le es absolutamente indiferente que el chivo sea blanco o
negro, bicorne o moco. Y, si las cosas vienen muy mal dadas, incluso algunos
votantes llegan a insensibilizarse ante esa farmacopea apotropaico-embaucadora.
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