Publico aquí una serie de artículos con los que en años anteriores predije la crisis, analice sus causas o propuse soluciones. Releerlos nos ayuda a entender el fondo de nuestros problemas, a ver lo que aún no hemos solucionado (las causas estructurales de nuestra economía) y a intuir el camino que hemos de recorrer.
Por otro lado, los datos y las informaciones nos permiten salir del presente y recordar lo que sucedía solo hace tres, cuatro cinco años.
ENTRE LA BABAYADA Y LA MAGIA
(10/05/09)
El discurso
sobre la crisis ha puesto de manifiesto mucha incompetencia, mucha mentira y
mucha desorientación en los discursos de los economistas y los políticos.
Diagnósticos y pronósticos han sido en su mayoría, al igual que las
actuaciones, más palos de ciego que otra cosa. Algunas de las afirmaciones
sobre el discurrir futuro han destacado especialmente por constituir un puro eructus vocis, una especie de cruce
entre la babayada —el puro hablar por no callar— y el conjuro mágico.
Permítanme destacar cuatro de ellas.
Entre las más
recientes y notables se encuentra la que, con motivo de la visita a nuestro
país, el jueves 23 de abril, pronunciaba en portada de La Nueva España el
Ministro de (Cada Vez Menos) Trabajo, don Celestino Corbacho: «Para crear más
puestos de trabajo y salir de la crisis hay que activar el consumo, no abaratar
el despido». Desde luego, con esta tochura, don Celestino Corbacho (¿de la
inteligencia?) bien puede ocupar un puesto de honor al lado de aquel presidente
estadounidense de los años veinte del siglo pasado, Calvin Coolidge, que llegó
a enunciar aquella perogrullada de que «si se despide a mucha gente se produce
paro». Porque es evidente que, si hay dinero, hay consumo. El problema es cómo
conseguir que haya dinero, esto es, trabajo. Pues, de otra manera, ¿cómo va a
gastar quien no tiene para ello por no ganarlo o cómo hacer que el que aún
tiene ahorros no tema por su empleo futuro? Por lo demás, ese camino ya lo
intentó este gobierno con los 400 euros que devolvió y no tuvo ello ninguna
incidencia en la economía.
Aguantó casi
dos años en cartelera el recitado de que «ahora que la construcción va
perdiendo fuerza tomará su puesto la industria como creadora de empleo». Recordarán
ustedes que no constituía sólo una logomaquia de políticos o sindicalistas,
sino que abundaban en ello también algunos expertos en economía. Y, sin
embargo, la proposición carecía por completo de sentido. En primer lugar,
porque si la industria hubiese sido rentable ya habría tenido en aquellos
momentos una mayor proporción en el PIB y en el empleo. En segundo lugar,
porque la rentabilidad (la posibilidad, en realidad) de la industria implica
una superior concentración de capitales que la construcción, necesita de
complejos procesos de conocimiento y técnica, un mayor tiempo para su inserción
en el mercado y, sobre todo, depende de la capacidad de las nuevas industrias
para competir en el ámbito internacional, tanto en innovación como en calidad y
precio.
Sigue
siendo una formulilla habitual la de que «es necesario un cambio de modelo
económico». He aquí otro no-sentido, otro eructus
intellectus. Supongamos que no se quiere afirmar mediante la troquelación
que se deba pasar de una economía de mercado o libre a una economía planificada
o comunista (que algunos, sí, es lo que quieren decir). De no ser ello, nada se
dice entonces, porque la economía (el modelo económico) no se planifica: acuden
las voluntades, los saberes y los capitales allí donde creen que pueden
satisfacer necesidades, con ganancia para quienes a ellas subvienen. Y ahí no
cabe hacer otra cosa que facilitar que fluyan las voluntades creadoras,
moviendo obstáculos legislativos o de otro tipo, proporcionando facilidades
económicas, agilizando trámites, etc. ¿Se está haciendo algo de todo ello? Como
muchas veces he sostenido en estas páginas, rotundamente no. Cuando en el resto
de Europa empiece a crecer la economía nosotros, ni los asturianos ni los
españoles, no habremos puesto un solo pegollu para levantar el edificio.
La
última jaculatoria es la de que «despedir en España es muy barato, por eso hay
ya cuatro millones de parados». Dejemos a un lado cuáles son las condiciones
del despido en España y olvidémonos —que ya es bastante olvidarse— de que la
cuestión es la de si la legislación vigente facilita el contratar y anima a
ello, no la de si es dificultoso o no rescindir contratos. Pero, reitero,
echémoslo a un lado, vengamos al tópico recitativo. ¿Se puede concluir del
número de parados que el despido es barato? Pues no. Se podría concluir que es
caro el puesto de trabajo, y por eso se despide; que si no fuese tan caro el
despido habría aún más parados, y, entonces, sería una bendición su alto costo;
que por ser muy caro y dificultoso han tenido que cerrar muchas empresas, y que
por eso hay tantos parados. O, incluso, se podría concluir lo que la frase
afirma. De modo que el fervorín nada dice, es una pura flatulencia que no puede
ocultar la magnitud del problema: tenemos el doble de parados que la media
europea.
Así
que unas veces nos mienten, otras hablan por hablar y, en ocasiones, emiten
conjuros mágicos, por ver si propician que la realidad cambie al llamado de las
palabras.
Claro
que, ritual por ritual, los antiguos tenían más estilo para fórmulas
apotropaicas. Tal Jerjes cuando mandó azotar el Helesponto a fin de que no se
le rebelara en una segunda ocasión y no volviera a fundir su puente de barcas.
¿Qué tal si don Zapatero y sus ministros —acolitantes Cándido Méndez e Ignacio
Fernández— azotasen en plena plaza de Oriente a la crisis, para que se
sometiese de una vez?
Podrían
completar el acto doña Bibiana Aído y las ministras, realizando, en el otro
extremo de la explanada, un acto simétrico, sólo que, en su ritual, azotarían
al crisos, para que así se llevase al extremo la imprescindible igualdad de
género. Con zurriagos, con vergajos, con rebenques. O si se quiere, con
Corbachos.
El
caso es castigar a la insolente crisis, para que se vaya de una vez por todas
y, sobre todo, para que deje de poner en peligro los puestos de trabajo… de las
ministros y los ministras.
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