El PSOE: ¡vaya hora d'enterase de cómo ye'l mundu!

A mediaos del 14 el Gobiernu del PP propuso modificar la Llei electoral p'asegurar el gobiernu de les mayoríes, bien mediante un plus a la fuerza ganadora, bien mediante una segunda vuelta.
El PSOE, cola so escasa cabecina y el so adiestramientu paulovianu antiPP nun lo pensó un sugundu y entamó xirgar rutiemes: "que si antidemocático, que si la corrupción, que si beneficiaba al PP, que si'l PP lo que quería yer nun perder el mandu en dellos sitios,etc. 
Menos d'un añu dempués, el PSOE ta arrepentíu y empieza a pensar que too eso nun sería malo. ¡A bones hores, mangues verdes!

Equí-yos pongo l'artículu que en LNE escribí el 07/10/14 (por ciertu, daqué socialista, más intelixente, intentó que los "compañeros" lo entendiesen).

Esti ye:

EL PSOE SE EQUIVOCA

Al rechazar la propuesta del PP de que los alcaldes sean elegidos directamente por los votantes con un sistema mayoritario. En primer lugar porque —frente al raca-raca mediático y partidista— la propuesta no tiene nada de antidemocrática. De una forma o de otra, Italia, Alemania, Francia, Inglaterra, por ejemplo, tienen sistemas electorales en que la elección del alcalde depende directamente de los electores y no de los pactos electorales entre partidos. Afirmar, por tanto, que solo es democrático nuestro uso actual constituye, simplemente, una españolada. En segundo lugar, porque el PSOE sería, junto con el PP, el gran beneficiario de la medida, no solo en otra coyuntura electoral futura, sino en esta inmediata del próximo mayo; y, al tiempo que el PSOE, sería beneficiaria la estabilidad del sistema.
El partido del anagrama del de la coleta (¡Vaya tropa «democrática»: jamás se ha visto tal culto a la personalidad en nuestra democracia!) ha anunciado que, por sistema, no se va a presentar con sus siglas (con su anagrama coletero) a las elecciones municipales, pero sí a las autonómicas. La razón es bien sencilla: Podemos no es, como se ha venido diciendo con singular simpleza, la tercera fuerza política, sino el tercer resultado electoral en unas europeas, que es cosa distinta. Para ser una fuerza política, hace falta tener estructura, organización, continuidad de la militancia y coherencia en ella, etc. De tal cosa en estos momentos carecen. Pero es que, además, y dado el tipo de personas que gira en múltiples órbitas alrededor del sol central, es muy fácil que, una vez situados en los sillones municipales, cada uno empiece a hacer su capricho o su ideal, pactando de formas distintas los ediles, saltándose los acuerdos generales, haciendo de su capa un sayo y tratando de poner en práctica sus ideas e ideículas personales. De modo que la cúpula dirigente y propietaria del invento quiere evitar dos cosas: que se califique de fracaso su concurrencia a las municipales (no sería difícil un titular así: «Podemos fracasa en el asalto a los ayuntamientos») y dar la impresión de ser una inevitable jaula de grillos antes de las elecciones generales (esas elecciones, como las europeas, favorecen el control de las candidaturas por la casta, así como facilitan la agrupación del voto).
Pues bien, con un sistema mayoritario a doble vuelta, por ejemplo, el PSOE tendría la oportunidad de recibir de forma anónima —esto es, de los ciudadanos, y no de los electos— los votos de IU y de Podemos, con lo que, de un lado, reforzaría su condición de organización hegemónica en la izquierda y, de otro, no se vería contaminado por los pactos con fuerzas con las que no quiere aparecer unido o subordinado. A sensu contrario, tener que pactar para conseguir alcaldías con estas fuerzas donde ellas se presenten (Madrid, por ejemplo), al margen de las obligaciones de los pactos, complicaría su imagen para una parte del electorado y haría que Pedro Sánchez, que ha prometido no hacerlo, apareciese como un aficionado a cantar en horario matutino.
Y no me digan que es por pureza democrática o por otras razones semejantes por lo que el PSOE se niega a aceptar una fórmula mayoritaria (de la que, por cierto, proclamó hace poco ser partidario); no, que temo verme reventar de risa, como aquel filósofo griego Crisipo, que, según Diógenes Laercio, lo hizo al ver un burro comiendo una cesta de higos. No, es simplemente que han salivado mecánicamente ante el estímulo («PP = malo, en contra») y han puesto en marcha el discurso-cítola (la palabra asturiana «tracalexa» es casi onomatopéyica), esa piececita del molino que mientras el molino está en marcha no deja de meter ruido, día y noche, el mismo, tan inagotable como invariablemente.

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