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Da-y col boletín

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L’APRECEDERU DA-Y COL BOLETÍN Ustedes no desconocen la situación del empleo, y, si son o pretenden ser empresarios, lo que cuesta poner en pie un negocio, en tiempo, en sudores, en dinero. Tampoco desconocen que un vector considerable de esas dificultades se debe a la inepcia de la Administración. Uno reciente. Tras el fracaso del “Decreto Omnibus” en enero, el Gobierno publicó en abril el Plan Moves III, ligado a la movilidad eléctrica (coches, puntos de recarga…). Para que se haga efectiva la posibilidad de sus ayudas, el Plan debe ser insertado después en los boletines oficiales de las Comunidades. ¿Cuando lo hizo el Gobiernu? Ayer, como quien dice, el 9 de julio. (Recuerden, lo que sí ha hecho ha sido confesar en el BOPA del 16 de mayo que en el pasado 2024 estaba prevista la concesión de 13,10 millones de euros para esos fines, pero finalmente solo se aportaron 2,54). Alguna más. Con los suministros eléctricos tenemos un grave problema: no hay fuerza suficiente para muchas grandes industrias, ni capacidad de almacenamiento para el fluido producido por placas solares y aerogeneradores. Se necesitan inversiones, siempre prometidas, nunca cumplidas, en la red de transporte, y almacenamiento en baterías. Pues bien, para alegría de todos, el Gobierno anunciaba a bombo y platillo el 2 de julio que «impulsaba un ‘boom’ de grandes baterías como escudo contra apagones y para bajar la luz», plan «que allana expropiaciones forzosas de terrenos y acelera los procesos para poner en marcha instalaciones de almacenamiento reduciendo a la mitad los plazos y desatascar una avalancha de cientos de proyectos en espera». ¡Bien! ¡Aplausos! ¿Y qué hacen nuestros boperos? Pues el día 8 de julio publican un decreto que unos titulan así: «Aprobada la norma para frenar más parques de baterías”, y otros así: «Freno en seco a la instalación de parques de baterías”, y se dan ¡dos años! para redactar una nueva normativa reguladora.

El lecho de Procusto de las ideaciones

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(Esti 29/09/2024, en La Nueva España) EL LECHO DE PROCUSTO DE LAS IDEACIONES He aquí unos titulares de LNE (16 de septiembre): “Las ventas de vehículos eléctricos se desploman en Asturias”. “España está a la cola en matriculaciones y en Asturias las ventas caen un 50%”. Para tener una perspectiva adecuada de la cuestión es necesario recordar que la fábrica de ensueños europea establece que en el 2035 quedará prohibido fabricar y vender vehículos automotores de combustión; por lo tanto, todos deben ser eléctricos. Bien he ahí la voluntad y la teoría. Los fabricantes deberían estar produciendo vehículos sacros a todo pasto y los ciudadanos comprándolos. Y, sin embargo… ¿Qué está pasando? Pues que una cosa son los ensueños y los discursos y otra la dura realidad. Para empezar, el coche eléctrico es mucho más caro que el de combustión, lo que requiere mayor capacidad de inversión para unos ciudadanos que, salvo los jubilados, han visto en estos años disminuir su capacidad adquisitiva. De hecho, lo que está aumentando exponencialmente es la compra de vehículos de segunda mano, lo que quiere decir que, al margen de las capacidades monetarias, la gente no quiere comprar un eléctrico, pero, vista la amenaza, tampoco invertir en un coche nuevo de combustión. Pero, además, el uso del coche eléctrico tiene enormes problemas. Solo algunos: la inversión en puntos de recarga en los garajes particulares y la necesidad de ponerse de acuerdo con otros vecinos, si es comunitario; las limitaciones de la carga eléctrica para el número de kilómetros recorridos o el tiempo que se tarda en cargar el coche en carretera. Les doy un titular del 10 de septiembre de “La Voz de Galicia”: “Cargar un coche eléctrico en el 70% de la red gallega requiere entre 3 y 19 horas”. Todo ello constituye un marco intensamente problemático que se complementa con la competencia desigual del eléctrico chino y que conlleva la destrucción de empresas y empleos, como está ocurriendo y alerta el informe Draghi. En otra de las ideaciones, la del verde hidrógeno verde y la descarbonización a tuerto o a derecho del acero, nos encontramos con un lacerante desajuste entre el deseo y la realidad. Como ya se lo he contado hace poco, a ello les remito: https://www.lne.es/opinion/2024/09/15/acero-madrid-108150533.html. Déjenme añadirles que, en los últimos días, al problema ha venido a añadirse una fantasía con voluntad de remiendo, tejida por el ministro de Industria, Jordi Hereu: crear un consorcio (¿entre quiénes?) que ponga en marcha el DRI que de momento Arcelor no ve viable por los costos del hidrógeno verde, que fabrique acero (perdiendo dinero) y que después venda ese acero con pérdidas a Arcelor (¿para que este gane?). Se rumorea que el horno se llamara “Begoña 1”. Otro de los lechos de Procusto en que se pretende que se acomode la realidad es el de la Ley de Bienestar Animal, constituida desde la perspectiva de que los animales son casi como las personas (o sin “casi”) y que, consecuentemente, tienen “derechos”. Pues bien, aparte de que ha sido redactada, como me gusta decir, “con las témporas”, por utilizar un eufemismo, y que ha provocado, por ejemplo, el abandono frecuente de mascotas, la norma ha venido a constituir un problema inabordable para muchos ayuntamientos, que no tienen capacidad para cumplir con las exigencias de la Ione, digo, de la Ley. Les copio de LA NUEVA ESPAÑA: “Tienen que implementar una larga lista de medidas, a menudo ‘inalcanzables’", según apuntan desde varios consistorios. Varios ejemplos: deben desarrollar "programas de control de identificación y cría autorizada y de gestión de colonias felinas" o "contar con un servicio de urgencia para la recogida y atención veterinaria de estos animales, disponible las veinticuatro horas del día". La normativa incluye labores como “la vacunación, desparasitación o proporcionar alimentos a los animales callejeros. Los ayuntamientos se están enfrentando a un laberinto legal, por la falta de medios propios para poder desarrollar todas estas normativas”. Bueno, y a los ideacionistas procusteros, ¿qué diablos les importa eso? Ellos cumplen con su ensueño -y con el entorno que los empuja y los vota-, se repletan de las endorfinas subsiguientes al acto y, después, ¡allá la realidad! Personas instruidas como son todas ellas, se dirán aquello de “Fiat justitia et pereat mundus”, es decir, “Hágase justicia (esto es, mi ideación) y perezca el mundo”, o, tal vez, de modo más prosaico, “que se j…” P.S. No hace falta que les recuerde que Procusto era un bandido que invitaba a los viajeros a dormir en su lecho. Disponía de dos: si el viajero sobresalía en el que le tocase, comprimía sus huesos hasta ajustarlo a la yacija; si no llegaba, descoyuntaba sus huesos para estirarlos. La cuestión era hacerle tomar la medida justa del lecho que dispusiese el anfitrión. A costa de sus huesos y su vida, claro, o, como diría don Francisco de Quevedo, “a jornal de su pena y su cuidado”.

La izquierda, contra la clase obrera

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(Ayer en La Nueva España) LA IZQUIERDA, CONTRA LA CLASE OBRERA A partir de los años sesenta, a base de mucho laborar y, en algunos casos, aprovechando el trabajo acumulado por sus antepasados en la aldea, una parte importante de la clase trabajadora se hizo con dos bienes, el piso (España es, por eso, un país de propietarios, más que de arrendatarios) y el coche, ambos, digamos, de calidad aceptable y de coste limitado. El piso proporciona seguridad vital, tanto durante la época activa como tras la jubilación, y constituye un patrimonio para transmitir a los herederos. El coche es un instrumento cuyo valor monetario se degrada inmediatamente, pero cuyo valor de uso es ilimitado. El coche ha permitido una libertad al propietario como nada en el pasado se la había permitido. Esa libertad la ha utilizado para las relaciones sociales, para el descubrimiento del país, para visitar a sus familiares, para atender, quienes aún las tienen, las fincas familiares, o, en los casos más afortunados, desplazarse a las segundas residencias. La lista de esas posibilidades de libertad, de enriquecimiento vivencial, es inabarcable. Ahora bien, nada de ello sería posible (o, en algunos, pocos, casos, sujeto a insufribles esfuerzos y pérdidas de tiempo) si las únicas opciones posibles fuesen la líneas convencionales de tren o autobús. Hay que volver a señalar que el automóvil es un bien relativamente caro y que inmediatamente se desvaloriza. Por otro lado, su tenencia implica una serie de costos por su tenencia y uso. Por esa razón, el bien se alarga todo lo posible y su reposición es escasa. Es esa la causa de que nuestro parque automovilístico sea tan viejo. También, la de que apenas existan guarderías de coches en los barrios obreros: porque ese coste mensual de la guardería sería una carga excesiva o imposible para la mayoría de los propietarios: no habiendo negocio, por tanto, no hay inversión. Pues bien, la política de izquierdas — “progresista”, dicen— de los ayuntamientos consiste en cebarse contra los coches y eliminar los aparcamientos de los mismos, especialmente en los barrios obreros. De este modo, el que no tiene dinero para un garaje ha de dar innúmeras vueltas hasta encontrar una plaza o aparcar a enorme distancia de su casa, con lo que ello supone para desplazarse al trabajo. Y el que tiene posibles no es fácil que pueda encontrar dónde aparcar, pues, como se ha dicho, en esos barrios no existen garajes ya que no podía haber habido demanda de ellos por la disponibilidad económica de los ciudadanos. Naturalmente, quien tiene más posibles y vive en casa con garaje propio o xalé con sitio abundante no padece esas dificultades o sufre esas imposibilidades. Pero ese instrumento de sociabilidad y libertad relativamente barato de la clase obrera sufre también otros ataques: las limitaciones de circulación o aparcamiento para los coches más viejos en el centro de las ciudades, por ejemplo; las nuevas restricciones que se preparan. Es verdad que la solución para ello sería irse a una inversión de entre cuarenta o setenta mil euros, que no pueden hacer fácilmente, en un coche eléctrico, que tiene además, la dificultad del tiempo y lugar de recarga. Sé que ese ataque al coche (eso que llaman ladinamente “pacificar” la ciudad) no es un asunto exclusivamente de la izquierda ni español, también en las ciudades gobernadas por la derecha ocurre, y es un empeño especial de una parte del Parlamento Europeo. Pero es la izquierda quien pone más entusiasmo en ello, más gafura, sin considerar, siquiera, quiénes son las principales víctimas de esas políticas, aquellos que dicen defender. No ignoro tampoco que estamos ante una especie de predicación religiosa contra el coche, que, es en el fondo, un ataque a la voluntad y a la libertad de los ciudadanos: la idea de “la ciudad en quince minutos” o la pretensión de que para 2030 el coche sea un bien de que pocos dispongan se enmarcan ahí. Yo los invito a echar un vistazo a su alrededor y examinar cuántos de los predicadores de estas doctrinas tienen un hermoso sueldo (público, tantas veces) y viven en un hermoso xalé o un edificio con garaje propio, donde pueden guardar su o sus carísimos eléctricos y recargarlos sin problemas. No crean que apunto a Galapagar o a la dirigente de Más Madrid, no, miren ustedes aquí, en Asturies, en su misma población, por ejemplo. Y después enfádense o rían, como quieran. Un corte de manga, a veces, no crean, es la mar de saludable.

Al guchu gurdu, unta-y el reu

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(Ayer, en La Nueva España) AL GUCHU GURDU, UNTA-Y EL REU El Ayuntamiento de Ribeseya acaba de decidir bonificar la “viñeta” a los coches eléctricos y a los coches con emisiones cero. En unos casos, con una bonificación del 10%, en otros, de hasta el 50%. El pretexto o motivo es favorecer la menor contaminación, pero ha matizado el alcalde, Ramón Canal: “queremos motivar el uso del eléctrico, pero sin que ello implique premiar a los coches eléctricos de alta gama”. No es la única corporación que lo hace, la medida se extiende como una plaga por toda España, porque todo el mundo quiere ser progresista, esto es, ecologista, esto es, anticontaminante. Y a mí no se me ocurre más que la frase que es el título de este artículo, con metafonía además, como ya se va usando cada vez menos en algunas zonas de Asturies. Porque ustedes, sin duda, habrán visto los precios de los coches eléctricos o híbridos, precios disparatados que rondan los 50.000 euros, aunque algunos puedan bajar de ese precio. ¿Quién puede, pues, comprarlos? ¿La clase mediatrabajadora de don Pedro? Evidentemente, quien disponga de bastante dinero para invertirlo en ese tipo de bienes. De modo que se premia al que tiene y se castiga, de paso, al que no tiene, prohibiendo la entrada en ciertas zonas de la ciudad a los coches de más años —los de la mayoría de la población, que no dispone de dinero para cambiarlos—, esto es, miren ustedes las estadísticas, a la mayoría del corpus automovilístico, o sea, a la mayoría de la población. En contradicción con ello, los coches históricos, es decir, los que tienen más de treinta años, pueden circular sin limitaciones por el centro de las poblaciones. Es cierto que tienen que pasar la ITV, ¿pero no pasan también la ITV todos esos vehículos a los que se condena? Y si pasan el examen de la ITV, ¿dónde está su extraordinario riesgo contaminante? ¿Se trata solo de que son vehículos de quien no tiene dinero para comprarse otro más caro de un día para otro? Y añadan ustedes los problemas para ir a ganar el pan en las grandes ciudades. En un reportaje de estos días en Madrid, señalaba un trabajador que ahora que no puede entrar con su coche en el centro para ir al trabajo —vive en la periferia—, y, puesto que no puede comprar uno nuevo “no contaminante”, tiene que echar hora y media para ir al trabajo en transportes públicos. En El árbol de la ciencia, de Pío Baroja, se dice que un personaje, la señora Venancia, «tiene una filosofía bailonesca», como San Pascual Bailón, quien, según la creencia popular, «baila delante del Altísimo, y que dice siempre: «más, más, más». Si uno tiene suerte, le da más, más, más; si tiene desgracias, le da también más, más, más». Pues bien, esta filosofía bailonesca, de favorecer al que tiene y dar palos al que no tiene, es la que parece guiar una gruesa parte de la actividad política, europea, estatal, autonómica, municipal. Eso sí, bajo variadas banderas o pretextos. En este ecologismo para ricos no sabe uno si los gobernantes se ríen de la gente, son tontos de la urna (“de capirote”, se decía antes), o, simplemente, desconocen el mundo y las implicaciones de sus dictados. Bueno, todo ello no son conjuntos disjuntos. Miren, el Ayuntamiento de Xixón acaba de sacar unas subvenciones para la compra de coches eléctricos. La cuantía de la subvención es de mil euros, y la condición es que las familias con dos miembros no superen los 1.351,04 euros de ingresos brutos mensuales, es decir, 16.212, 48 euros al año (brutos), cantidad que, como ustedes saben, alcanza para la renta o la hipoteca, la luz, el agua, otras cargas del hogar, la comida, un par de cenas fuera de casa a la semana y unas vacaciones en el Caribe, y, por supuesto, comprar un coche de 40.000 o 50.000 euros. Lo dicho: ¿se ríen de la gente o son tontos de la urna?

Darwinismo progresista

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(Ayer, en La Nueva España) DARWINISMO PROGRESISTA Abro el periódico. En dos únicas páginas y en un solo día se anuncia la supresión de 280 plazas de aparcamiento, 200 en La Calzada, 80 en Pablo Iglesias. Otras dos noticias, ahí mismo, hablan de otras intervenciones donde “se procurará no suprimir plazas”. No es una información extraordinaria, cada pocas semanas se anuncian en Xixón intervenciones que suponen la eliminación de plazas de aparcamiento. Eso sí, también ocasionalmente se habla de futuros aparcamientos para los que no hay planes ni plazos. Para lo que sí los hay es para el arrasamiento de los estacionamientos actuales. Naturalmente, todo ello se hace en nombre del “progreso”: más zonas verdes, más carriles para bicicletas (de escasísimo uso, en su mayoría), más zonas peatonales, menos contaminación y el resto del discurso que ustedes saben. No es Xixón el único lugar donde esto ocurre, es una tendencia general en muchas ciudades, es cierto, y en todas se realizan idénticas operaciones, en más o en menos, con idéntica prédica. Ahora bien, descendamos del discurso a los hechos. ¿Esas plazas quién las ocupa? Pues aquellos que no disponen de aparcamientos en sus edificios o en sus xalés, como muchos de los que sientan doctrina progresista y ejecutan aparcamientos; los que no tienen garajes guardacoches en su barrio –la mayoría de los barrios carecen de ellos- o no pueden pagarlos. Esto es, en traducción, la recién hallada por Sánchez “clase media trabajadora” que, con mucho esfuerzo, ha comprado un coche para su servicio y disfrute, pero que sus rentas son limitadas y no puede pagar más de 100 euros mensuales para guardería. ¿Dónde dejarán sus coches estos ciudadanos ahora? Pues mucho más lejos y con más incomodidades, si es que encuentran plazas. Aunque la doctrina oficial pretende, en realidad, que dejen de usar el coche (¿y venderlo?) y que usen el autobús o la bicicleta. Pero esa escabechina continuada no afecta únicamente a quien usa el automóvil para desplazarse en él –al trabajo o por recreo, solo o con su familia-, sino a quienes lo tienen como instrumento de trabajo: repartidores, reparadores, servicios de todas clases. A todos ellos se les pone cada día más difícil el encontrar un lugar donde depositar su vehículo mientras trabajan, con lo que se encarece su actividad: menos tiempo de trabajo, más costos, más esfuerzos para transportar las mercancías, más incomodidad, más malhumor. Se trata, al margen de los discursos, de una especie de darwinismo que implica el sacrificio de los más débiles como una condición inevitable para la mejora de la sociedad, o de lo que se entiende por tal, mucho de ello discutible. Ese darwinismo se completa, en el caso de los vehículos de motor, con otro: las trabas que se ponen a los vehículos de cierta antigüedad para aparcar en el centro de las ciudades. Da igual que pasen perfectamente la ITV, y que, por tanto, su capacidad de contaminación esté dentro de los límites tolerables. La finalidad es expulsar lo antiguo y promocionar lo nuevo, el coche eléctrico, que, como se sabe, es muchísimo más caro de lo que es un coche de gasoil y gasolina y, por tanto, no está tan fácilmente al alcance de aquellos a los que se quiere hacer renunciar o a ello se obliga, los del nuevo sintagma camelístico, “la clase media trabajadora”. Y ello sin contar con que todo lo relativo al coche eléctrico se acerca a un engaño colectivo: además de caro, su autonomía es relativa, los puntos de recarga, insuficientes; pero, sobre todo, existe un problema con las actuales baterías de litio, un material escaso que no podría atender una demanda mundial extensa, que presenta problemas de reciclado y cuya sustitución, hoy en día, representa un monto económico igual al de un coche tradicional de gama baja. De modo que es posible que esa bandera salvadora agitada actualmente deba ser modificada mañana por otra nueva. Uno no cree en conspiraciones, pero está tentado a pensar si toda esta estrategia de persecución y achatarramiento de los coches tradicionales no sirve a determinados intereses económicos. Desechémoslo. En todo caso, lo que es seguro es que va a perjudicar a las clases trabajadoras y a las clases medias de menor capacidad económica, es decir, que las fuerzas que se autodenominan progresistas perjudican a aquellos que dicen defender. No otra cosa ocurre con la descarbonización enloquecida de SánchezRibera: miles de empleos perdidos, ninguno compensado, la electricidad más cara. Eso sí, en nombre del progreso, o tal vez, solo, del progresismo, que es, fundamentalmente, un discurso que, si no captura CO2, sí votos. Aunque es posible que se le fuguen por otro lado, por el lado de sus víctimas.

Verdaes sobre'l coche eléctricu y la ecoloxía "pa ricos"

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https://www.lne.es/sociedad/2019/02/10/prohibir-fabricacion-coches-combustion/2424486.html

"Prohibir la fabricación de coches de combustión es una monstruosidad"

La industria de automoción "está temblando", alerta Vicente Garrido, presidente de Lingotes Especiales

Coches llétricos

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'La Jamais Contente' coche llétricu que llegó a los de 105 km/h en 1899Ta de moda falar de los coches llétricos. Dafechu, paez que, por fin, la industria va emponinar nesi sen. Amás d'eso, los coches del futuru van seguramente ser más pequeños y de menos pesu, ensin reducir la protección, con nueves tecnoloxíes de sollertamientu y evitación del peligru.

Alegrámosnos. Pero, otra vegada, tenemos que recordar que ser asturianista significa, nesta sociedá -tan conservadora, tan misoneísta- ver les coses diez años, polo menos, enantes que los demás.

Porque quiero recordar equí que yá fai munchu tiempu (pa les anteanteriores elecciones europees) prosusimos (como un puntu importante del nuestru programa) l'afalamientu dende la UE del coche lléctricu, como fórmula pa enfrentar la dependecia enerxética y, sobre too, pa reducir la contaminación directa. Diez años dempués, paez que los "sabios" (asturianos, españoles y europeos) entamen ver la realidá.

¡Y lo que se rieren de la nuestra protesta! Lo mesmo que se rieren cuando propusimos pagar un canon europeu o mundial polos bosques tropicales y subtropicales (naturalmente, enxerta l'Amazonia) o amparar al cámbaru llariegu de la invasión del cámbaru roxu o americanu.

Por cierto, lo mesmo que se rieren de nós cuando propusimos, va yá más de diez años, allumar l'autopista (o polo menos los cruces) -qu'agora vienen los asturianos xóvenes de la emigración a descubrir el mundu-, facer una selección asturiana de fútbol, o salvar Santullano con una llábana o dar entrada a García Conde con un túnel o... ¿pa qué seguir?

Lo dicho. Ser asturianista n'Asturies nun sólo ye amar a Asturies y a la so xente, sinón ser una persona del presente que mira pal futuru, y, sobre too, tar dispuestu a aguantar babayos de tolos tamaños, dende'l minibabayín al masibabayón.

Claro que a éstos ye a los que la xente-y presta votar.