Más sobre el cementeriu' El Sucu

Esti artículu de Blas Fernández Gallego en LNE del 10/09/2016.


El Suco: el trampantojo o la imbecilidad humana

10.09.2016 | 03:16
El Suco: el trampantojo o la imbecilidad humana
El Suco: el trampantojo o la imbecilidad humana

Todos sabemos que al entrar los generales romanos triunfantes, en Roma, se les repetía el "memento mori". Asimismo, las artes de las iglesias, con variada iconografía, transmiten esa idea. La religión católica, el Miércoles de Ceniza, primer día después de los Carnavales, insiste: "Recuerda que eres polvo". Las otras religiones cristianas también mencionan el tránsito que significa la vida. El Islam mantiene igual teoría y especifica con detalles los componentes del paraíso. El Judaísmo establece la separación de alma hacia el otro mundo y la necesidad de enterrar el cuerpo. En el Budismo la muerte y la vida son un círculo, sólo roto cuando se llega al nirvana. En el Hinduismo, Prajapati (Brahma) crea, en una bellísima historia, la muerte, dándole complemento a la vida. El Taoísmo considera el yang como la vida y la acción y el yin como la muerte y la pasividad, siendo la máxima veneración para los antepasados, no para las deidades.
La muerte, en todas las religiones, se manifiesta como algo indisoluble a la vida, siendo una enseñanza constante la inevitabilidad de este ciclo, que no sabemos cómo se cierra. Como consecuencia, hay un respeto permanente a los antepasados que son debidamente enterrados, según las diferentes creencias, por lo que significaron y pueden transcender. Para el ateísmo, donde no hay creencia del más allá, el respeto por los muertos llega con igual deferencia a los cementerios civiles y a los panteones de hombres ilustres. Dicho esto, toda sociedad tiene en alta estima las ciudades de los muertos, los cementerios, a veces con tanta o más consideración que las de los vivos, por recuerdo, respeto y como "memento mori" a las generaciones; ya que sin el concepto permanente de la muerte, muchos baremos morales de convivencia pueden alterarse gravemente. Los cementerios nos trasmiten la historia propia de las ciudades y de la sociedad, con sus arquitecturas, esculturas y artes aplicadas. Son un testimonio vivo del pasado y son enseñanzas filosóficas y sentimentales de mensajes de los antepasados.
Hablando de mi memoria: para llegar al cementerio de La Habana, allá por el reinado de Fidel Castro, se pasa por un deterioradísimo barrio colonial descascarillado y ruinoso; comenté que con una mano de pintura luciría lindo y me contestaron que la poca pintura blanca que había era para mantener el cementerio. Paseé por cementerios, en Montmatre, Niza, Santo Domingo, San Michele en Venezia, Leningrado, Sevilla y la Almudena y por el judío de Praga, en la época comunista. Visite los imponentes panteones de grandes hombres en Roma, Florencia, Madrid y Santo Domingo, por poner algunos ejemplos. En el mismo Kremlin, en la égida de Brezhnev, visite el mausoleo de la momia de Lenin, y los prohombres en la muralla del Kremlin. Anduve por cementerios en Túnez y Egipto en el anglo-americano de Kanchanaburi, cercano al río Kwai, en el católico de Udon Thani y el budista de la pequeña Hua Kua, ambos en Tailandia. Conocí el chino y cristiano que compartían parcela en Silom, Bangkok. Pase por el chino de Taipéi para ir a la torre columbario, mirando al mar de los taoístas. Todas fueron visitas casuales y no turísticas que complementaron el conocimiento de las ciudades que visitaba. Constaté cómo se cuidaban con respeto y esmero, reflejando la cultura y la económica de las ciudades y que eran tratados como monumentos, jardines o paseos para encuentro de generaciones.
En este Gijón, de estética urbana cada vez más empobrecida, hace años una Corporación socialista, embriagada de poder y del cambio por el cambio, decidió hacer desaparecer de la existencia humana, de un plumazo, la muerte, transmitiendo que la vida y el carpe diem eran la última realidad y entabló una batalla esperpéntica contra el cementerio de la ciudad, llegando a la supina idea de hacer un trampantojo gigante, pintando de verde todas las paredes posibles, para desvanecer virtualmente el cementerio, en el paisaje circundante, como el pueblecito de Brigadoon de Minelli. Los ideólogos debieron sentirse como Christo y Jeanne-Claude, envolvedores de estructuras y paisajes, pero éstos efímeramente, y más que un "Oscar", merecen que se les corra a gorrazos "ad aeternum", deberíamos materializar sus nombres en la puerta del cementerio. Además, aquellos arquitectos paisajistas de título o afición, han plantado árboles para amurallar e invisibilizar el contorno y hasta por dentro, escaleras arriba, haciéndolo húmedo, resbaladizo y peligroso, por no hablar de las barreras arquitectónicas que ya existían. En años, las obras de mantenimiento han sido mínimas, el anarquismo privado, intentando arreglar el abandono público es de gusto discutible y el paredón ignominioso que lo rodea, sin el menor revoco, es vergonzoso. Es decir, ni una sola preocupación en dignificar el cementerio de los vivos de ayer, para convertirlo honrosamente en la joya blanca de la colina de Los Pericones, en el mejor mirador de la ciudad y en el símbolo del respeto por los antepasados que dignificaría a los vivos. Desde aquella antigua Corporación socialista hasta hoy, aún no ha habido contestación efectiva de ninguna otra. Será un problema de filosofía o falta de ella, de la ignorancia cultural que se ha extendido desde el hedonismo imperante y de la premisa que toda tradición es venenosa. Ignorancias propias del adanismo preponderante, ya lo dije.
Recomendaría varias citas, pero mi colega, más docto que yo y que no conozco, Héctor Blanco escribió aquí un buen argumentario el 26 de julio. Y cuando entrego este artículo a redacción, Xuan Xosé Sánchez Vicente abunda en lo mismo. Ya somos más.
Post sriptum: El nuevo Lenin español del siglo XXI, el diputado Iglesias, mejoraría su eficacia si no confundiese la tribuna del Congreso con el carro blindado en la estación de Finlandia. Durante tantos años, muchos suspiramos por que en ese templo y flujo de la democracia, voces, signos y símbolos transmitan mensajes profundos. Durante años, Europa y otros países nos consideraron desharrapados del extrarradio; sabíamos que no lo éramos, pero tuvimos que demostrarlo. La momia de Lenin está con traje y corbata, qué cosas. A mí la corbata me aprieta.

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