Sobra pero falta

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(Ayer, en La Nueva España) SOBRA PERO FALTA No hagan más cábalas. Es la burocracia. Dirán ustedes: ¡si siempre sobra! Es como en aquel chiste en que el funcionario, después de mil vueltas, le decía al ciudadano que le faltaba la póliza redonda. “¡Pero si no existe!”, protestaba el ciudadano. “Pues por eso”, respondía el funcionario.Y es que impide o retrasa todo, incluso, cuando hay acuerdo entre fuerzas políticas contrarias. Miren, con relativo buen criterio, en Asturies se ha decidido impulsar una Ley de Proyectos Estratégicos, que, en palabras corrientes, pretende simplificar la burocracia, es decir, los requisitos y plazos para acelerar las inversiones de mucho monto y los proyectos de instalaciones importantes (una fábrica de automóviles, por ejemplo). Pues bien, la ley que pretende eliminar parte de la burocracia lleva en trámites desde el 6 de junio de 2022. La burocracia legislativa de la autonomía y la de nuestro Parlamento llevan dilatando su tramitación desde esa fecha. Es decir, que la ley para las prisas camina según el adagio latino atribuido a Augusto, “festina lente”, que, en romance, vendría a ser nuestro “nun correr, que ye peor”. Pero hay otra burocracia que falta, concretamente la de la inspección de las realidades de lo que se llama “justicia social”. Miren, recientemente desde la Consejería de Ordenación del Territorio y Vivienda se ha informado de que existe un fraude notable en las viviendas sociales. Sobre una inspección limitada, se descubrieron un total de 100 viviendas en “uso fraudulento”: asaltadas, con usuario indebido, algunas “vacacionales”. Y, en total, los inquilinos tienen unos atrasos con la Administración -con nosotros- de 4,4 millones de euros. Seguramente, cuando se efectúen más inspecciones aparecerán más realidades de ese tipo. E igual en otros ámbitos. Téngase en cuenta que esos dineros defraudados no salen del Gobierno, ni de los presupuestos, sino de quienes trabajan, empezando por el del salario mínimo y el mileurista. Y de sus horas de ocupación.

La culpa fue del chachachá y unos cursinos

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(Ayer, en La Nueva España) LA CULPA FUE DEL CHACHACHÁ Y UNOS CURSINOS Asunto Errejón, circunstancia y coyuntura. Empezaré por ella, Elisa Mouliaá, la ciudadana que denunció ante la Policía una agresión sexual de don Íñigo. Es actriz, divorciada. Tiene 35 años. Ante todo: “Yo sí la creo”. Creo todo lo que cuenta en la denuncia: que van a una fiesta en el coche y que don Íñigo le marca lo que tiene que hacer y que le tiene que dar un beso; que en el ascensor él la besa metiéndole la lengua; que después de un tiempo en la fiesta la lleva a una habitación donde la besa, la toca, le quita el sujetador, la tumba, saca el miembro viril, le lame los pechos, sin su consentimiento; que después se marchan en el mismo coche y sube a casa del varón, donde este vuelve a los besos y los tocamientos, y ella le recuerda que “solo sí es sí”. Sí la creo, pero no lo puedo creer -que es cosa distinta-. Una dama que ha sido invadida sin su consentimiento, entra después con el agresor en una habitación y ocurre lo que no esperaba, más tarde sube a su casa y vuelve a suceder lo que tampoco esperaba. En declaraciones posteriores confiesa a una amiga: que estaba «ilusionada con Íñigo», y que «le tenía en un pedestal». «Pensé que podía ser una historia de amor preciosa, pero, en lugar de encontrarme con algo romántico, me encontré con una persona que lo único que quería era tocar mi cuerpo y meterme la lengua». Déjenme repetirlo: no lo puedo creer. Una mujer de 35 años a la que se acosa una vez proporciona una segunda ocasión y una tercera. ¿No sabe lo que es inevitable que pase? ¿Y esa declaración de que esperaba encontrarse algo romántico y no a alguien que quisiera “tocar su cuerpo y meterle la lengua”? Reitero: yo sí la creo, pero no lo (que no “la”) puedo creer, me parece inconcebible, más en una sociedad como la actual, donde las relaciones amorosas se entienden fundamentalmente como sexo -miren ustedes las campañas para avisarnos acerca de la pornografía infantil- y donde expresiones como “amor romántico” suenan a cursis, anticuadas y fuera del entendimiento dominante hoy de esas relaciones, me parece inconcebible, digo, que alguien con esos años y esa trayectoria esperase otra cosa de una ligazón de proximidad, y más que no sospechase la reiteración de esas conductas. Y vamos a don Íñigo. En su carta de confesión/despedida destacan tres cosas: la primera, que está muy malín y que por eso se encuentra a tratamiento; la segunda, que sus problemas nacen del exceso de trabajo por mejorar el mundo; la tercera, que todos sus males se han agravado por vivir en una sociedad neoliberal y por el patriarcado. O sea, nos viene a decir, “además de darme las gracias por mis esfuerzos en pro de un mundo mejor, apiádense de mí porque la culpa no es enteramente mía”. ¡Prubín! Pues no, las culpas son siempre del actor, de cada uno de nosotros, lo demás son dis-culpas, retórica, decir que “la culpa fue del chachachá”. Vuelvo un momento a doña Elisa. Sí puedo creer que tuviese a don Íñigo “en un pedestal”. No lo puedo creer pero sí lo creo. En realidad, no ha hecho cosa distinta a lo que han hecho tantos y tantas: poner en un pedestal toda esa chatarra ideológica ferruñosa y toda esa retórica de vendedor de milagros de feria que don Íñigo y sus conmilitones vienen pregonando desde hace una década. No entro en las explicaciones y justificaciones de diputados y partidos de la tropa conmilitonera tras la autoexculpación de don Íñigo y las denuncias que están apareciendo, pero sí quiero subrayar una cosa que me alegra: tras el escándalo, los de Sumar, a fin de tratar de evitar nuevos errejonazos, van a poner en marcha para sus notables, “con carácter obligatorio”, cursillos de cristiandad, digo, de feminismo. Amén.