A propósito del genocidio de Siria, he aquí
alguien, el papa Francisco, que ha perdido una magnífica oportunidad para estar
callado. Esto es lo que ha dicho al referirse a los bombardeos estadounidenses
en Irak para contener al ISIS: «Cuando hay una agresión injusta es lícito
detener al agresor injusto, pero no bombardear, no hacer una guerra. Los medios
deben ser evaluados». Comprendo que un líder religioso occidental no puede hoy
pedir ejercer la violencia (algunos líderes religiosos islamistas sí lo hacen),
pero esa frase del Papa, tan del pensamiento evanescente de las redes sociales,
no ayuda en nada a quienes padecen la criminal violencia islamista en Siria e
Irak y perjudica a quienes tratan de ayudarlos. ¿Con qué se va a detener el
genocidio? ¿Tal vez recabando firmas en las redes sociales? ¿Acaso con aquello
que a ustedes se les está ocurriendo? ¿O con la graciosa amenaza asturiana que
Xovellanos refiere: «tó tirate con fueyes»?
Su
Santidad debería conocer que, hace cuatro siglos y medio, cuando el turco
robaba, esclavizaba, violaba, saqueaba y conquistaba, un antecesor suyo, Pio V
—además de rezar mucho, estoy seguro— ayudó a organizar la Liga Santa, aquella
que triunfó en Lepanto, a la cual aportó doce galeras, a fin de combatir el
poderío naval del sultán y detener aquella incesable sucesión de violencia,
daño, humillación y destrozo de «derechos humanos». Y es que Pío V sabía sin duda que Dios acaso pueda soplar
favorablemente en las velas del bien, pero previamente es necesario que dichas
velas se encuentren armadas sobre los navíos y desplegadas adecuadamente.
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